Uno de los grandes magos de la historia, Harry Houdini, se jactaba -con la soberbia que envenena a algunos que van en primer lugar- de que podía descubrir cualquier truco de magia si lo veía tres veces. En febrero de 1922 un mago novato y desconocido lo retó, rompiendo una de las reglas más importantes de la magia (después, claro, de la primera, revisa tu chistera antes de ponértela, se te puede caer el conejo): no repitas el truco a tu misma audiencia. Dai Vernon pidió a Houdini que tomara una carta y la marcara con sus iniciales.
El famoso escapista tenía un historial envidiable para descubrir los trucos, muchas veces no había necesidad de una tercera o incluso una segunda demostración. Vernon tomó la carta marcada por Houdini y la introdujo entre la baraja. A continuación chasqueó los dedos, volteó la carta superior, para sorpresa de Houdini y asistentes, era la carta que éste había seleccionado. El encantador había sido encantado. Pidió una segunda vez. Y una tercera, cuarta. A la séptima ocasión, incapaz de descifrar el truco, se dio por derrotado.
En esencia el truco de magia funciona y sorprende al público porque algo de lo que consideramos realidad se rompe, una parte de nuestro cerebro detecta el conflicto y otra intenta explicarlo. Técnicamente se le llama correlación ilusoria al acto de ver una relación entre sucesos cuando no existe demostración objetiva alguna de esta relación (las supersticiones viven ahí). Estamos ante una ilusión cognitiva y una ilusión visual: una moneda pasa de una mano a otra de forma invisible ante nuestros ojos, una chica cambia de color de vestido al pasarle una sábana, otra es fragmentada con un serrucho o convertida en pantera, las cucharas de metal se doblan, la Estatua de la Libertad desaparece; la magia, como la política, se fundamenta en la percepción para provocar un resultado. Los magos son expertos para manipular nuestra atención y nuestra percepción, los políticos también.
El truco del mago se basa en principios neuronales. El del político también. En ambos casos es frecuente que el observador vea algo que en realidad no está. Nuestro cerebro construye la realidad, lo que vemos, sentimos, escuchamos o pensamos depende de lo que esperamos ver, sentir, escuchar o pensar. Por eso a veces cuesta trabajo hacer que alguien cambie de parecer. El cerebro es el gran editor de la realidad: ¿Pro que lso rrorees de etsa orcaion imoprtan poco? Porque el cerebro reacomoda en función de la expectativa y del conocimiento previo. Los estudios neurocientíficos alrededor de la magia muestran que “una sorprendente proporción de nuestra percepción es fundamentalmente ilusoria” (Los engaños de la mente, de Stephen Macknik y Susana Martínez-Conde).
¿Qué esperan gran parte de los votantes mexicanos en las próximas elecciones? Un cambio. ¿Qué está viendo su cerebro? ¡Ese cambio! Pero un momento: ¿qué pasaría si estuviéramos ante el acto de ilusionismo más grande en la historia de México? ¿Qué tal si los políticos que la gente ve de un color (porque recordemos que quiere verlos de ese color) son en realidad de otro color? Cuando veo la cantidad de expriistas que hay en Morena (además de expanistas, experredistas y ex de otros partidos y organizaciones arropadas por partidos políticos, que se mueven a conveniencia) es como ver al sistema político mexicano perpetuándose en otro cuerpo y forma, es una mutación de personajes pero con la misma información genética, una ilusión de cambio disfrazada de cambio. Siendo así, el régimen tiene dos terceras posibilidades de ganar, las coaliciones donde están Morena y el PRI, dejando al Frente por México como la opción real de cambio. ¿Ven esto quienes están enojados contra el sistema y contra el PRI? Lo dudo, ellos, como en la magia, ven algo que en realidad no sucede.
La suerte con la que Vernon engañó el ojo entrenado de Houdini se conoce como “la carta ambiciosa” pues no se conforma con estar en medio del mazo, quiere subir y estar hasta arriba. La ambición por el poder funciona de forma muy similar. Houdini murió de peritonitis cuatro años después. Dicen que el mago pronunció sus últimas palabras: “Estoy cansado de luchar”. Y escapó para siempre.
Acabo de escribir una ilusión.