En la era de las redes sociales se ha exacerbado la sociedad del espectáculo. Bajo la consigna “publico, luego existo”, millones de personas vivimos con la imperiosa necesidad de compartir contenido. Este fenómeno cohabita con otro menos estudiado: la deformación intencional de la realidad, la simulación como recurso narrativo, las cosas que dejan de ser lo que son para convertirse en algo más. Bienvenidos a la batalla no declarada donde la apariencia ha extendido sus largos tentáculos sobre una difusa realidad. El resultado es una sociedad que se esfuerza más en parecer que en ser. Y que ha hecho del parecer, el ser.
La simulación es parte del equipamiento con el que la naturaleza ha provisto a prácticamente todas las criaturas. Algunas especies, como el camaleón, hacen alarde de una mutación asombrosa, su camuflaje les permite parecer algo más, con objeto de poder comer, reproducirse o escapar a los ojos de un enemigo. Los animales establecen jerarquías no sólo con su conducta, también con su apariencia. Como entre los humanos, la competitividad y la presión social son fuerzas que moldean la forma en que se presentan a los demás. El deseo de ser el mejor, el más fuerte o el más atractivo, condiciona la imagen de muchas especies. Los ciervos ibéricos son capaces de ajustar el tamaño de sus astas en función de si tienen más o menos competencia de otros machos. Cierta variedad de pez va más allá de la apariencia, puede cambiar de género de acuerdo a la diversidad sexual de su grupo. La transformación es parte del sistema natural.
En tiempos del selfie, el ser humano encuentra en la tecnología enormes posibilidades de modificar la realidad. Los filtros son el maquillaje digital con el que se simulan ojos más grandes y de otro color, piel más tersa, boca más sensual. Como en el reino animal, la competitividad y la presión social impulsan cambios que llegan a ser reales. La modificación del cuerpo a través de la cirugía plástica hace posible tener otra apariencia más allá de las pantallas. Lo natural y lo artificial se confunden. La inconformidad es una zona de la que se sale cuando uno puede pagarlo. La máscara se convierte en rostro. ¿Hasta dónde el cambio de apariencia podría llamarse engaño? No hay engaño sin engañado. ¿Nos alteramos para nosotros o para los demás?
Hoy existen contrasentidos como la “piel vegana”, extraño eufemismo con el que nos contamos una narrativa tan ficticia como efectiva cuando aceptamos llamarle “piel” a algo que no es piel. El otro día probé una “lasagna” sin carne ni pasta, me sentí engañado pues a la vista lucía como una lasagna. Nada más triste que darle una mordida a un taco anunciado “de carnitas”, para descubrir que la soya no sabe como el puerco. Vivimos una época donde los significados se sobreponen y se sustituyen en la medida que la sociedad es más feliz con la apariencia que con la realidad.
Augusto Monterroso tiene un breve cuento donde habla de una rana que deseaba ser rana auténtica. Como el espejo no le satisfacía, decidió poner su propio valor en manos de los demás. Se vistió y se peinó para ser aceptada como rana por los otros. Cierto día descubrió que eran sus ancas aquello que más valoraban quienes la miraban. Se puso a hacer sentadillas para mejorar sus extremidades y cosechar miradas de aprobación. Con tal de ser aplaudida por los demás, hasta se dejó arrancar sus ancas “y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo”.
En el futuro, quizá cohabitarán humanos con cyborgs de apariencia humana. Quizá, como los camaleones y los ciervos ibéricos y los peces de sexo mutante, adoptaremos formas a imagen y semejanza de los caprichos más increíbles. La pregunta es qué pasará con nuestra esencia, con aquello que nos hace ser más allá de lo que parecemos. ¿Habrá en el futuro una posibilidad de hacer cirugía de nuestro lado oscuro? ¿Podremos extirpar el mal carácter, los pensamientos que nos deprimen? ¿Dejaremos de ser humanos? ¿Estamos ya dejando de ser humanos? “La apariencia no oculta la esencia, sino que la revela: es la esencia”, dijo Jean-Paul Sartre.
La apariencia avanza mientras la realidad voltea para otro lado. ¿O es la realidad la que camina?