Mi generación desarrolló su infancia como testigo del morbo que la posible existencia de vida extraterrestre provocaba en la Tierra. Particularmente recuerdo la estupenda serie televisiva “Los invasores”, producida a finales de los sesenta, en la que un arquitecto se esforzaba en demostrar que seres de otra galaxia habían tomado forma humana, estaban entre nosotros y pretendían destruirnos para apoderarse de nuestro planeta. En aquellos años vivía yo por una zona metropolitana cuyo nombre avalaba la esperanza de otros mundos: Ciudad Satélite.
En la Cámara de Diputados se desarrolló una insólita audiencia pública en la que un periodista, convencido de la vida extraterrestre, coordinó un panel donde diversos actores testificaron en favor de la causa. Compareció el director del departamento de Astronomía de Harvard y un expiloto norteamericano que contó su experiencia sobre avistamientos de objetos voladores no identificados, cuyo acrónimo, OVNI, ha evolucionado en FANI, fenómenos anómalos no identificados. Hay quienes consideran inaceptable que el Estado mexicano se preste a estos temas y quienes opinan que es un gran paso en aras de la apertura y del camino que este polémico tema ha suscitado desde hace décadas. También estuvo un directivo del INAI, quien argumentó la defensa del derecho a saber que tiene la ciudadanía. Eventos similares (¿caja china?) han acaparado la atención en el Congreso de Estados Unidos, exhortando al gobierno a develar la información reservada.
El hecho ha generado reacciones polares entre crédulos e incrédulos. Acaso el punto de quiebre fue cuando el abanderado de la causa develó dos supuestos cuerpos no humanos. Se trata de las momias de Nazca, Perú, encontradas en el año 2017. Desde entonces han sido objeto de críticas por una parte de la comunidad científica, mientras que otros, generalmente asociados a la pseudociencia, las consideran prueba irrefutable de vida no humana en la Tierra.
Después de la audiencia varias partes aludidas han puntualizado su postura, desmarcándose de cualquier afirmación contundente sobre las pruebas exhibidas. Acaso el detractor más simbólico es Ryan Graves, el expiloto norteamericano que dio su testimonio en la Cámara de Diputados. Escribió en su cuenta de X que lo que había atestiguado fue un gran retroceso en el camino de abordar seriamente el tema de los fenómenos anómalos, “estoy profundamente decepcionado por este truco sin fundamento”.
El territorio conceptual que evocan los sensacionalistas en sus alegatos evoca el mundo simbólico de Edgar Allan Poe, específicamente con su novela La narración de Arthur Gordon Pym, de 1838, en la que un osado expedicionario naval y su tripulación enfrentan una serie de peligros naturales y sobrenaturales, en una atmósfera de misterio y hasta horror. Para el contexto de la época este tipo de narraciones caían en un ambiguo territorio entre lo creíble y lo increíble. Bajo el “quién sabe si será cierto”, Poe incursionó hábilmente en la relatoría de sucesos fantásticos que cautivaron en aquel entonces y siguen forjando adeptos hoy en día, aunque por distintas razones. Circunstancias que en aquel entonces estaban en duda o se creían reales actualmente ya no lo son (como que la Tierra es hueca).
En su relato “La luna por 20 dólares”, Hernán Casciari cuenta que compró en línea, al mismísimo “dueño de la luna”, un terreno lunar, y se ufana de exhibir el título de propiedad enmarcado en su comedor. A quienes le hacen burla y le dicen que fue estafado, él contraataca diciendo que no le importa la luna, que en realidad compró una historia por 20 dólares, que nadie ha visto las reservas del tesoro norteamericano para justificar un billete, pero él frecuentemente ve la luna desde la Tierra. Esa historia por tan sólo 20 dólares le significa un nuevo relato al cazador de historias. Y justifica su compra.
¿Cuál es la historia que compran quienes creen en las momias alienígenas?, la esperanza; ese anhelo por encontrar soluciones avanzadas gracias a una inteligencia superior, no humana. Vender esperanza es un negocio sin caducidad. El tema no se aleja de cuestiones terrenales, como la política.
Más allá de especulaciones, lo que nos debería interesar es la pregunta que hace Juan Villoro en uno de sus libros: “¿Hay vida en la Tierra?”.