Cualquiera que haya tenido una buena charla con un chofer de taxi coincidirá en que la experiencia es una enorme (aunque no única) fuente de conocimiento. Lo comprobé de nuevo en una conversación madrugadora, rumbo al aeropuerto. Un taxista usualmente responde a una pregunta que el pasajero no ha formulado, aunque sí insinuado, con algo tan ambiguo como haber dicho antes una obviedad a ochenta kilómetros por hora: “lo bueno de esta hora es que no hay tráfico”. La respuesta y la conversación, que duró todo el trayecto, ameritan una reflexión.
“Le voy a decir dónde están los puntos de peligro y de accidentes en la ruta”, me dijo el chofer, quien trabaja en los taxis que tienen como base el aeropuerto. Para alguien como yo, que disfruto de la observación social donde otros nada más ven banquetas y basureros, aquello sonó prometedor. Y empezó uno de los análisis de riesgo vial más interesantes que he escuchado. El hombre describía puntos del camino con la precisión de un gato bodeguero, alguien que ha caminado sobre sus pasos una y otra vez, desarrollando un sentido de prevención que no siempre se tiene al conducir.
El taxista me transmitía un conocimiento de la misma forma que nuestros antepasados cavernícolas lo hacían alrededor del fuego, nada más que en vez de instrucciones para cruzar un pantano o escapar de una bestia, me describía señales viales mal colocadas o inexistentes, salidas de la carretera mal planeadas, puntos ciegos, elementos confusos, todo un catálogo de omisiones de la autoridad, que difícilmente alguien revisa y corrige. La charla me espantó el escaso sueño para entonces, además veía en mi interlocutor a alguien parecido en mi forma de ver la vialidad, alguien que constantemente detecta pifias en las señales.
Este taxista, a quien llamaré Ramón, fue más allá de su minuciosa descripción para la ruta de ida y la de regreso. A cada observación asoció un accidente que había visto. El más grave de ellos apenas unos días antes. Él regresaba al aeropuerto, de madrugada, como siempre, cuando lo sorprendió un retén con el operativo “Salvando Vidas” (también conocido como alcoholímetro o “torito”); tuvo que maniobrar para esquivarlo. De inmediato notó que estaba deficientemente señalizado. Minutos después, cuando transitaba por la ruta contraria, aquello era una desgracia. Un conductor que no vio el retén embistió a la ambulancia que estaba ahí detenida, la volteó del impacto y arrolló a personal de la Secretaría de Vialidad. Según me dice Ramón, hubo víctimas fatales.
Y aquí viene el destilado de todo esto. Él vio el accidente antes de que pasara. En México tenemos personas con gran experiencia que no aprovechamos. Ramón, por ejemplo, debería ser escuchado por las autoridades correspondientes para que corrijan los puntos vulnerables del camino, debería también ser parte de un grupo asesor ciudadano para colaborar con el gobierno en turno, en aras de mejorar las condiciones de la comunidad. Hay personas que “ven” lo que va a pasar, no porque tengan poderes sino porque tienen experiencia. Han recorrido la ruta.
Como remache de mi conversación, esa misma mañana, ya en otra ciudad, conocí al ex presidente municipal de Tijuana, el arquitecto Héctor Osuna, que dejó muy buena impresión por su gestión honesta durante su mandato. Su trayectoria como político en varios puestos de elección popular, estatal y federal, le ha dado una experiencia que hoy le permite “ver” desenlaces de lo que son algunas administraciones públicas actuales. Tanto él como Ramón son invaluables fuentes de experiencia y conocimiento que podrían aprovecharse para beneficio de todos. Pueden ver lo que otros descubrirán demasiado tarde.
Y así está lleno el país, de incontables saberes mal aprovechados, en buena medida porque la meritocracia partidista y gubernamental generalmente no están fundamentadas en la capacidad para dar resultados a la ciudadanía, sino en ser comparsa de alguien más en el poder. Solo así es explicable que haya funcionarios públicos incompetentes, aunque avalados por la máxima autoridad política de este país, mientras otros, infinitamente mejor preparados, no son tomados en cuenta. ¿La razón?, quizá está en las palabras de Jaime Balmes: “Sólo la inteligencia se examina a sí misma”.