Nuestra forma de procesar la información en el cerebro condiciona el tipo de reacción que tenemos. Ciertos principios de neurociencia son útiles para explicar cómo tomamos decisiones, por qué hacemos lo que hacemos. Sin pretenderlo, me sucedió antier cuando esperaba a mi amigo y socio Agustín en el aeropuerto. Él pasaría por migración y la espera de su equipaje, así que le escribí por texto: “te espero en la cafetería”. Ahí, tomando café, me encontré con un matrimonio, amigos míos, y nos sentamos en la mesa comunal. Vi venir a Agustín y especulé con mis amigos: “no me va a ver”, justo cuando caminó a escasos dos metros de mí, pasó de largo levantando la vista. El cerebro puede “engañarnos” si nuestras creencias sesgan la percepción de la realidad.
Cuando Agustín seguía barriendo las mesas con la mirada y comenzaba a marcar su celular para ubicarme, le hice una señal con los brazos hasta que finalmente me vio. Al acercarse le dije: “me acabas de servir de experimento”. La expectativa de mi socio era ubicar a una persona en el panorama. Para hacer más efectiva la búsqueda, su cerebro “borró” (pasó por alto) las mesas donde había más de algún comensal, su predisposición era encontrar a una persona sola. Literalmente fui invisible, aunque no para sus ojos que, a pesar de registrarme, no me detectaron. Este tipo de sesgos son frecuentes en la vida cotidiana.
Nuestra predisposición para actuar obedece más a una creencia que a una cuestión biológica. La forma de percibir moldea nuestro pensamiento y éste el comportamiento.
Durante muchos años las mujeres se creyeron torpes para el futbol. La evidencia era contundente. El segundo campeonato mundial femenil de futbol celebrado en México, en 1971, despertaba más morbo que pasión. Hoy en día la realidad es distinta sin haber cambiado nada en la biología femenina. Al menos yo no conozco ningún estudio o evidencia que demuestre que hace 50 años la genética y la estructura anatómica de la mujer eran distintas al presente. Lo que ha cambiado es lo que las mujeres piensan al respecto de su capacidad de jugar futbol.
Una niña que hoy ve jugar futbol a mujeres profesionales sabe a lo que aspira. Lo mismo era cierto en 1971. Ambas replicarán lo que creen que pueden hacer. La diferencia es que la niña de hoy no dudará que puede jugar muy bien y la niña de ayer se tropezaría con la pelota. De ahí la importancia de tener un modelo, un patrón para replicar comportamientos. Mañana será un día histórico. Con su ausencia, las mujeres levantarán la voz; el estruendo habrá que capitalizarlo, primero para bien de ellas y luego para bien de México. Mañana muchas niñas tendrán el ejemplo de sus mayores, aprenderán por el contagio social que tienen un valor per se que nadie (y mucho menos los hombres) les ha dado, es innato.
El movimiento del lunes 9 de marzo puede ser un parteaguas en la sociedad mexicana. Encierra la semilla de un cambio de mentalidad (es decir, de creencias enraizadas culturalmente) que no solamente conduzca a la justicia de género, también a una sociedad más sensible y menos violenta.
En Pink Brain, Blue Brain: Cómo pequeñas diferencias se convierten en brechas problemáticas y qué podemos hacer al respecto, la neurocientífica Lise Eliot destruye el mito de las diferencias (relativas al comportamiento) en los cerebros de mujeres y hombres. Somos más producto de los estereotipos construidos socialmente que de nuestra fisonomía. Sin dejar de aceptar el papel que juegan los genes y las hormonas, Eliot sostiene que los factores sociales, como la forma en que los padres condicionamos a una hija o un hijo, son determinantes para construir expectativas de género.
Mañana confirmaremos muchos que un México sin mujeres es inviable y fatalmente torpe. Sacudirán el México machista, cimbrarán nuestra conciencia sobre la enorme necesidad que tenemos los hombres para aprender a mirarlas con otros motivos y con otras formas. Y como dijo el inolvidable Germán Dehesa en “Magnolias de acero”: “a los hombres lo que nos corresponde es pactar con las mujeres una rendición honrosa, antes de que literalmente se nos venga el mundo encima”.
Sopla una brisa fresca, huele a cambio de creencias. Que no sólo lo registren nuestros ojos, que lo vea también nuestro cerebro.