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Distopía mexicana


Las sociedades se moldean con ideales, de ahí que una de las responsabilidades de los líderes sea dar vida a los principios inspiradores para que se conviertan en objetivos comunes, muchas veces utópicos.

Si la utopía equivale a la sociedad ideal donde todo es armonía, la distopía es la representación de una sociedad donde hay una seria alteración pero la mayoría la vive como utopía. La distopía no es un mundo futuro apocalíptico donde el planeta ha sucumbido, la distopía es un mundo real, paralelo al nuestro, donde hay algo perturbador dentro del individuo, en sus creencias y conducta, una distorsión inquietante del sistema social que no concuerda con nuestra lógica. Por ejemplo, las consignas del Estado controlador en la novela 1984: “la guerra es la paz”, “la libertad es la esclavitud”, “la ignorancia es la fuerza”.

Dentro de la literatura distópica mi autor favorito es George Orwell. A través de sus obras refleja una crítica a los sistemas políticos y sociales de la época, aunque también podemos interpretar que hace una premonición respecto al establecimiento de regímenes estatistas y dictatoriales. 1984 y Rebelión en la granja son para mí sus mejores obras. Me detengo en la segunda, una fábula satírica contra el comunismo, también contra aquellos que llegan al poder enarbolando valores que luego traicionan.

Érase una granja donde los animales son incitados a rebelarse gracias a uno de los cerdos de más jerarquía que, en una sobresimplificación de sus problemas, encuentra un único culpable de todos los infortunios animales: el neoliberalismo, perdón, el hombre. Le pinta al resto de los animales un mundo donde es necesario borrar al hombre para vivir, al fin, en justicia y armonía. Consumada la rebelión, los animales mandan en la granja y son liderados por los cerdos (dada su inteligencia superior). Se establecen mandamientos rectores y se eliminan los símbolos alusivos al dominio humano (no se piense en ningún aeropuerto). Los animales irrumpen en la casa donde habitaban los humanos para constatar el lujo inmoral en que vivían y deciden convertirla en museo (no he dicho Los Pinos).

Poco a poco los cerdos empiezan a tener privilegios sobre las demás especies con el argumento de evitar que regresen los hombres. Uno de los cerdos paulatinamente se convierte en dictador y los mandamientos iniciales empiezan a ser modificados según el interés del grupo en el poder. Las ovejas, que piensan poco, balan como autómatas “¡cuatro patas sí, dos pies no!” en las sesiones donde el líder es cuestionado. Los que se atreven a poner en duda al mandamás son reprimidos o eliminados para escarnio de los demás. Para justificar las matanzas, al mandamiento “ningún animal matará a otro animal” se le agregaron las palabras “sin motivo”. Paulatinamente los cerdos se han convertido en aquello que dijeron combatir.

De vivir Orwell tendría motivos para una nueva novela distópica. En ella el líder ascendería al poder bajo el ideal de “al margen de la ley nadie, encima de la ley nada”, pero luego diría que entre la ley y la justicia, debería escogerse la justicia, dando pie a una sociedad anárquica donde el concepto de lo que es justo estaría a merced de la interpretación de cada individuo. Sería una sociedad donde el ladrón se defendería diciendo: “robé, lo sé, es contra la ley, lo sé, pero no es justo que él tenga dos automóviles y yo ninguno”; una sociedad donde los habitantes dejarían de pagar impuestos “porque no es justa la forma en como el gobierno hace el gasto”, una sociedad regida por un líder que a punta de memorándums estaría por arriba de leyes e instituciones y donde sus colegas de partido departirían en restaurantes de lujo (donde iban los gobernantes anteriores). Como epígrafe a esa hipotética novela orwelliana podrían aparecer las palabras atribuidas al patriota norteamericano Patrick Henry: “La Constitución no es un instrumento del gobierno para controlar al pueblo, es un instrumento del pueblo para controlar al gobierno”.

Los cerdos emularon tanto aquello que condenaban que aprendieron a caminar en dos patas. Entonces las ovejas cambiaron su exclamación: “¡cuatro patas sí, dos patas mejor!”.

Toda distopía tiene un elemento clave: crea una ilusión de bienestar.