Filósofos, científicos y pensadores en general han abordado el concepto de la destrucción, con teorías y conclusiones que evidencian cómo pensamos los seres humanos. Partamos de lo sucedido en la casa londinense de subastas Sotheby’s durante una de sus icónicas sesiones en octubre del 2018, en la que una obra, “Girl with Balloon”, del famoso artista subversivo Banksy, fue comprada en un precio récord de más de un millón de dólares.
Luego del martillazo y todavía en medio de los aplausos de los asistentes, un inesperado zumbido alertó a algunos, un sonido que provenía del cuadro recién vendido. Ante la mirada atónita de propios y extraños, la obra comenzó a deslizarse fuera del marco mientras pasaba por un mecanismo triturador accionado por control remoto. Antes de que la totalidad fuera hecha trizas, la destrucción se detuvo, dejando una parte de la pintura intacta, dentro del marco.
La interpretación de algunos fue de aflicción, el desafortunado comprador acababa de perder la obra y el dinero. En días posteriores, Banksy se atribuyó el estrago, mostrando un video en el que una obra idéntica es totalmente triturada por el mecanismo ingeniosamente escondido en el marco.
Tres años después del día en que el mundo del arte fue sacudido por aquel evento, la misma casa de subastas puso a la venta la polémica y mutilada pieza, ahora con el nombre “Love is in the Bin”. Luego de diez minutos de pujas, se vendió en más de 25 millones de dólares. Aquí es donde cabe la pregunta: ¿qué es la destrucción?, ¿existe? Desde hace siglos el químico francés Antoine Lavoisier afirmó para la posteridad: “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. La obra “Girl with Balloon” se transformó en otro objeto cultural, en virtud de que se le añadieron significados, la “destrucción”, y por supuesto el contexto bajo la cual se hizo la convirtió en una especie de ícono de protesta y hasta burla contra el sistema capitalista del arte (hecho sin duda no exento de ironía: el artista controversial, antisistema, crea millones de dólares para otros).
Sin proponérselo, Friedrich Nietzsche es precursor de lo que hoy es una arenga genérica, lugar común y fuente inagotable de memes: “Lo que no me mata, me hace más fuerte” (y “más rico”, diría el afortunado vendedor de “Love is in the Bin”). El suceso deja a la luz una consigna propia que me acompaña e inspira desde hace décadas: “Las cosas valen más por lo que significan, que por lo que son”. A pesar de esta contundente prueba, todavía las escuelas de negocios no enseñan la generación de valor a partir de entender la gestión y creación de significados. Para muchos, la semiótica y la hermenéutica son reservas apartadas para gente que tiene complicadas conjeturas y usa palabras exóticas.
Hay objetos que han trascendido no por lo que son, sino por el significado que tienen. Uno de los instrumentos romanos de ejecución se transformó en un símbolo central del cristianismo y la salvación, tras la crucifixión de Jesús. Otro símbolo, asociado a la suerte y la espiritualidad en muchas culturas, se convirtió en odio y exterminio: la suástica, adoptada por los nazis. En el siglo XIX el color rosa era considerado masculino (asociado a fortaleza) y el color azul era visto como delicado y femenino; algo pasó para que los estereotipos actuales los tengan invertidos. El Muro de Berlín, otrora símbolo de división y opresión, luego de su caída, se convirtió en un nuevo y vital estandarte de libertad y reunificación.
Hace unos días, como parte de las protestas del movimiento feminista del 8 de marzo en Guadalajara, un grupo de mujeres irrumpió en una conocida tienda de vestidos de novia y realizaron pintas en al menos dos vestidos, sin proponérselo (o tal vez sí) dieron un nuevo valor a estas piezas, les aportaron un nuevo significado a los ojos de los espectadores. Ya hay quien ha propuesto donarlos para un museo del feminismo. Como sea, el principio se cumple: ahora valen por lo que significan, no por lo que son.
Algún día tal vez progresaremos avanzando hacia el pasado, enseñaremos hermenéutica en las escuelas, principios de semiótica en las carreras de negocios. Mientras eso sucede, exclamaremos sorprendidos en los salones de subastas.