Los países, los Estados, los proyectos de nación (y por supuesto, en una escala menos importante para la sociedad, las marcas) necesitan símbolos para transmitir su filosofía y conseguir sus fines. Los procesos de renovación de sistemas de gobierno son momentos de ajustar símbolos, algunos se destruyen (si no literal, sí metafóricamente) y otros emergen. Quizá el caso más emblemático en la historia de México sea el uso de vestigios del Templo Mayor para construir la Catedral Metropolitana, golpe estratégico para lograr la sumisión (y/o conquista) de un grupo por otro; además, la magna sede del poder religioso español quedó encima de los templos mexicas.
Como trofeo de guerra, como el gladiador que levanta la cabeza recién decapitada de su adversario para que la multitud ruja y celebre, en una de las esquinas inferiores de la Catedral de México estuvo adosada la Piedra del Sol, estandarte del mundo prehispánico. Desde la toma de La Bastilla o el ingreso del pueblo al fastuoso Palacio de Versalles o las destrucciones de las imponentes obras de Albert Speer para el Tercer Reich o el cadáver de Osama Bin Laden arrojado al mar para evitar la reconstrucción de un hito alrededor de su muerte, el estratega victorioso debe elegir qué símbolos destruye y cuáles erige.
El presidente López Obrador es ese conquistador empeñado en acabar con sus adversarios y sus símbolos (lo que él llama neoliberalismo conservador, a momentos también “el poder económico” que “debe ser separado del poder político”, como si la cohabitación fuera perversa por naturaleza, siendo que lo dañino es el tipo de vinculación y no el maridaje mismo).
Con sentimientos encontrados veo la apertura (caída y toma) de Los Pinos. Me agrada que la sociedad se sienta victoriosa y cercana a su gobierno, con nostalgia siento que los Estados deben fortalecer sus instituciones, como la Presidencia que, si bien AMLO la despoja y en cierta forma la derrumba, por otro lado se ocupa de que esa destrucción sea un nuevo símbolo: la Presidencia austera que aspira a la honrosa medianía. Otras señales son la desaparición del Estado Mayor Presidencial, la venta del avión presidencial y la cancelación del NAIM (que bien puede sobrevivir y significar una victoria sobre el enemigo número uno de AMLO: la corrupción, mediante auditorías y consecuencias ad hoc que conviertan la magna obra del futuro en un símbolo anticorrupción). AMLO quiere purificar la vida pública, también puede purificar el NAIM.
Los gobiernos democráticos requieren demostrar solidez, confianza y permanencia, y claro, de dar resultados a la ciudadanía. Usualmente esas características se dan cuando se fortalecen las instituciones del Estado. Los bancos por tradición construyen sus sedes en edificios donde aparentemente sobran columnas (símbolos de fortaleza). La confianza debe darse no sólo al pueblo elector sino también a otros actores relevantes para el país. Y la permanencia a través de obras físicas y simbólicas; recordamos que Palacio Nacional existe por Hernán Cortés y el nombre de Lázaro Cárdenas es sinónimo de expropiación petrolera.
Me preocupa que AMLO, en su afán de destruir para construir, arriesgue su vida y la de miles de pasajeros. ¿Debería yo como pasajero, en el vuelo donde viaja el Presidente, ser avisado con anticipación para decidir si arriesgo mi vida? ¿Deberían las aerolíneas darme una alternativa en otro vuelo sin costo para mí? ¿Cuánto vale el tiempo de un Presidente para perderse en largas esperas por nuestra deficiente red aeroportuaria? ¿Vale la pena construir este símbolo de austeridad que más que lubricante parece engrudo? Preocupa también la decisión de fortalecer símbolos del pasado, como los hidrocarburos, cuando el mundo apunta a un cambio por otras fuentes de energía. Elegir mal los símbolos tiene consecuencias, ¿destruir futuro para construir pasado?
En una confesión racional y congruente, el presidente de México ha dicho que tiene que revisar el presupuesto antes de seguir prometiendo cosas. Es de sabios rectificar. No vendría mal que reconsidere la suerte del NAIM (y le llame “Benito Juárez”) como una victoria sobre la corrupción; que haga auditorías y castigue. Preferible golpear a la corrupción que golpear a la nación.
También la destrucción se construye.