En un alarde de egoísmo político, se atribuye al monarca francés Luis XV la desafortunada expresión “Después de mí, el diluvio”, presagiando la revolución que le costaría la cabeza, literalmente, a su sucesor. Algo así pudo haber pensado (es un decir) Donald Trump, luego de (irresponsablemente) incitar a sus seguidores, en un episodio violento que culminó con el asalto al Capitolio y que marcará su nombre en el basurero de la historia, causando, de paso, un sensible daño a la reputación democrática de Estados Unidos.
Para decirlo en idioma populista, Trump “soltó al tigre”, esa amenaza felina que en México López Obrador ha sugerido más de una vez. Fue la solidez de las instituciones democráticas la que finalmente frustró lo que ha sido catalogado como un intento de autogolpe de Estado. No debe extrañarnos que uno de los rasgos del populismo sea el debilitamiento institucional y el estrangulamiento de los organismos autónomos, tal y como el presidente de México lo ha venido haciendo a lo largo de su sexenio.
Apenas hace una semana escribí en este espacio sobre el daño que causan las palabras de un Presidente cuando, en lugar de alentar la unión y la armonía, cultivan el odio y el resentimiento. El asalto al Capitolio norteamericano es una muestra de lo que sucede cuando un líder envenena a la sociedad. Es también un llamado para decirle al presidente de México que su violencia verbal debe parar. Como lo dijo atinadamente en su intervención mediática el Presidente electo Joe Biden: “las palabras de un Presidente importan… pueden inspirar o pueden instigar”, mensaje que le viene como anillo al dedo a Lopez Obrador, quien desafortunadamente ha hecho más lo segundo que lo primero.
Las familias, las empresas, las sociedades, los humanos en general, habitamos espacios conversacionales, esto es, provocamos la realidad a partir de nuestra conversación, con nosotros mismos y con los demás. Nuestro lenguaje genera estados de ánimo, predisposición hacia el futuro. No es descabellado hablar del grado de salud conversacional en una relación amorosa, en una empresa o en una sociedad. Lo importante es reconocer el enorme poder que tiene la palabra para generar escenarios y posibilidades.
La narrativa dominante en un país depende mucho de quién sea la voz más escuchada. Y así como una relación personal mejora cuando cambia la salud conversacional, sucede igual con los grupos. Por ello es importante que la narrativa presidencial inspire más que instigue. Sin menoscabo de la lucha contra la corrupción y la pobreza, López Obrador podría tener un discurso que invite a la unidad y la conciliación. Si no lo hace es porque no le ve utilidad a unir y conciliar al país, tal vez porque sus frutos vienen de provocar lo contrario, la polarización y el enfrentamiento sistemático.
Una de las aristas de los acontecimientos en la capital norteamericana es el papel que juegan las redes sociales como eficaces instrumentos de cocreación de realidad. Por un lado han exacerbado la libertad de expresión a límites insospechados, por el otro son potencialmente dañinas cuando el resultado de su interacción resulta contrario a los intereses de la sociedad. Trump no sería Trump y AMLO no sería quien es sin “las benditas redes sociales”. Luego del asalto al Capitolio, Twitter y Facebook suspendieron las cuentas de Trump. ¿Hay un quinto poder con enorme alcance de censura o se justifica patrióticamente silenciar a discreción por un interés nacional?
Después de que el Congreso norteamericano certificara la victoria de Joe Biden, Trump, acorralado y bajo la posibilidad de ser destituido al amparo de la 25ª enmienda, finalmente emitió un discurso, extemporáneo, donde rechaza la violencia, hace un llamado de unidad nacional y reconoce la inminencia de una nueva administración. Aprovecha también para dejar en puntos suspensivos el delirante trumpismo “…nuestro increíble viaje apenas está iniciando”.
El episodio norteamericano debería ser una lección para México. Es importante entender que no es necesario esperar el fin de un sexenio para iniciar un trabajo de conciliación. Otro influyente francés, Voltaire, tuvo una premonición sobre los liderazgos populistas que padecemos: “Aquellos que te hacen creer en absurdos, pueden hacer que cometas atrocidades”