Como un balde de agua fría nos cayó (y nos calló) la noticia de la detención del ex secretario de la Defensa Nacional General Salvador Cienfuegos (cuyo nombre, de no ser real, pudo haber sido creado por Jorge Ibargüengoitia en algún paraje de Cuévano o Arepa, en vez del célebre Mariscal Belaunzarán). El suceso es como un gran árbol, tiene ramas, tronco y raíces, seguramente frutos también.
La caída del General Cienfuegos, acusado de conspiración internacional para manufacturar, importar y distribuir narcóticos, y por lavado de dinero, pone en la mira no sólo al régimen anterior, también a la institución castrense y al propio gobierno de López Obrador, quien, fuera del guion como candidato a la Presidencia, decidió apostar por el Ejército Mexicano para una inusitada cantidad de tareas, desde contener y recolectar el sargazo de las playas, construir sucursales bancarias, repartir libros de texto y medicinas, construir el Tren Maya y el aeropuerto en Santa Lucía, convertirse en Guardia Nacional y más.
El asunto es muy serio. Uno de los brazos operativos del presidente López Obrador queda bajo cuestionamiento. Las preguntas son obligadas: ¿hasta dónde llega la corrupción en el Ejército?, ¿qué otras investigaciones habrá en Estados Unidos sobre compatriotas, al margen del gobierno de México?, ¿en qué se parecerán los hechos cometidos por Cienfuegos con la orden presidencial de recular y liberar a un capo del crimen organizado?
Además, todo el aparato judicial vuelve a quedar como espectador; la procuración de justicia se hace fuera de México, es con el vecino del norte donde los poderosos son llevados ante la justicia; en nuestro país son intocables, desde líderes religiosos hasta exfuncionarios de alto nivel.
Somos un país donde la impunidad y la corrupción son parte del código cultural, y lo repito por enésima vez: no se interprete “cultural” como “mexicano” o “genético” o “étnico”, sino como sistema social. Los corruptos no lo son por ser mexicanos, lo son por ser parte del sistema que alienta y permite estas conductas como forma de navegar en la vida. Queda demostrado que al cruzar la frontera (cambiar de código cultural), cambia también el significado de los pilares que dan sustento a un país: ley, orden y Estado de derecho. Independientemente de que en Estados Unidos no están exentos de corrupción, es allá donde el sistema social funciona para cumplir esa máxima lopezobradorista de “al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”, en nuestro país es el propio mandatario quien se ha empeñado en sabotearla.
El reto para la sociedad mexicana es mayúsculo. No debemos acostumbrarnos a que la impunidad y la corrupción son inevitables. No debemos caer en lo que se llama “indefensión aprendida”, concepto ilustrado por el psicólogo estadounidense Martin Seligman, a la luz de su experimento en la década de los sesenta. Reunió dos grupos de perros y los puso en sendas jaulas metálicas. Los animales recibían intermitentemente pequeñas descargas eléctricas. En una de las jaulas, los perros tenían escapatoria cuando accionaban un mecanismo. En la otra jaula no había manera de salir. Posteriormente Seligman reunió ambos grupos en una jaula donde, para salir, había que brincar una pequeña barrera. Los perros que antes habían aprendido a salir, lo hicieron sin dificultad (estaban a la espera de encontrar la forma de escapar, es decir, tenían esperanza). Sin embargo, aquellos que se resignaron al castigo, no hicieron el intento por salir.
La indefensión aprendida es un estado de pasividad (en animales y humanos) que se da cuando sentimos que alguien controla nuestro destino, cuando pensamos que nuestras decisiones no servirán de nada, y produce sumisión, depresión y hasta obediencia ciega. En México tenemos la tradición (un comportamiento aprendido y replicado durante generaciones) de aguantar los excesos de la clase política. Todo comportamiento social es aprendido, desde cumplir la ley o burlarla, ser corrupto o ético. El fenómeno creciente de la ordeña de casetas federales en las carreteras es una grave muestra de descomposición generalizada. Que el presidente de México y su gabinete sean incapaces de contener “lo menos” supone que tampoco podrán con “lo más”.
El gran reto de la sociedad mexicana es no perder la esperanza.