Esta es la historia del hombre que “tocó” a Dalí. Una historia que tal vez fue planeada para el futuro. Antes de contarla, debo decir cómo y por qué la encontré.
Nací arqueólogo sin saberlo. Desenterrar y descubrir han sido parte de una vocación que ha encontrado, como el agua, su flujo caprichoso. No estudié arqueología pero persigo significados ocultos, una forma de encuentro con los motivadores que inducen el comportamiento humano, particularmente de consumidores. La ruta puede ser tortuosa o divertida, hay que estar atento a todo lo que uno ve, escucha, prueba, recuerda, siente; cualquier cosa, evento, es una pista interpretativa, del pasado o del futuro.
De mi papá heredé el interés por la ciencia ficción y la lectura. Muchos de los libros que él leía, ficciones o no, los tomaba yo como articulo de segunda mano (¿hay realmente segunda mano al leer un libro?). Tal fue el caso de El shock del futuro, de Alvin Toffler, que desde los años setentas esbozaba lo que hoy es una consumada realidad: las personas trabajarán desde sus casas, conectadas por una supercarretera de comunicación, a través de computadoras personales. En aquel tiempo, cuando las computadoras eran del tamaño de una habitación, la descripción parecía un pasaje sacado de algún libro de Asimov. Recordando ahora aquella premonición de Toffler, entiendo que el futuro de los setentas nos alcanzó.
Acabo de conocer un hombre que dijo que el nuevo grito de independencia de México debería ser “¡Muera la mediocridad, viva la grandeza!”. Un hombre cuyo pasatiempo es el futuro. Quizá entrado en sus 7 décadas, esconde el ímpetu de un adolescente. Julio Millán es empresario, académico, pero sobre todo, cartógrafo del futuro. La habilidad de ver el futuro tendría que ser incorporada a los negocios, Julio le llama, fiel a su solemnidad, “planeación prospectiva” (en qué futuro nos conviene participar, cómo llegamos al mejor futuro posible). Economista por la UNAM, donde ha sido Presidente del Patronato, condecorado por varios países, tiene la vocación de hacer mapas del futuro. En épocas de incertidumbre (todas), nada mejor que un guía para un camino que no existe.
Julio habla y yo escucho. Miembro de la World Future Society, tiene acceso y genera información que debería interesarnos a todos. Particularmente me ha llamado la atención su lista de empleos por venir, entre los que destaco (tomen nota, quizá sus hijos o nietos lleguen a tener estos títulos): “Arqueólogo digital” (el detective que resolverá misterios a través de la web), “Astro-banquero” (¿Venderemos los pocos bancos que nos quedan a seres de otra galaxia?), “Cirujano de amnesia” (o de memoria selectiva, tú elige), “Cosechador de energía”, “Extractor de gravedad”, “Chef granjero”, “Transportista de basura espacial”, “Terapeuta bio-bótico”, “Hacker del tiempo”, “Guía del futuro”, “Transportista de drones”, “Wiki-escritor”, en fin, la lista de Julio es tan apasionante como el reporte The shape of jobs to come.
Julio es un apasionado del Quijote y de Dalí. Cervantes sigue vigente, su obra lo catapultó a un presente sin fin. Y Dalí se adelantó a su tiempo, como todos los genios. En esta coyuntura Julio me lanza una pista. Siendo él un joven, departía en un restaurante de Paris con Conchita Cintrón. Vieron entrar a Dalí y Gala. Conchita, que conocía al maestro, le manda una invitación para compartir la mesa. En breve, el avispado movimiento de los meseros anuncia que Dalí aceptó. Ya en la mesa y luego de un rato de escuchar al genio, Julio atina a decir sus primeras palabras: “Maestro, soy admirador de su obra”. Dalí lo centra con la mirada y le responde sin piedad, “Como usted, millones”.
El témpano de hielo que cayó en la mesa dejó a Julio con la única opción posible, defenderse. En un acto-reflejo reviró: “pero pocos pueden decírselo a los ojos, maestro”. Dalí buscó un cuchillo en la mesa, los segundos debieron ser eternos para todos, apuntó a Julio con él y le dijo, “Touché”. Hoy sospecho que este encuentro lo planeo un visionario, al hacer días antes, un mapa del futuro, de la misma manera que previó este artículo, cuyas líneas, estemos seguros, Julio Millán las leyó antes que nosotros.