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Brillo en los ojos

De los exámenes escolares tengo recuerdos encontrados. Tuve un gran maestro de matemáticas, Jáuregui, que nos hacía resolver problemas en el pizarrón y nos exigía hablar en voz alta el razonamiento. Recuerdo también aquella vez cuando, durante el último semestre de la carrera, entró al salón, en pleno examen, uno de los funcionarios de la facultad, para revisar el “pelo largo” (equivalente a tener la oreja cubierta). Usar barba era una afrenta mayor, y yo traía una barba incipiente; eran los inicios de diciembre y quería aprovechar las vacaciones. “¿Qué significa esa barba?”, me preguntó el directivo universitario. Mi respuesta arrancó la risa del grupo (y también mi examen, pues quedó con una marca de invalidado, o algo así): “Voy a participar en una pastorela”. Entre el eco de las carcajadas, el inspector de pelos y barbas remató: “Si le interesa más el teatro, dedíquese al teatro”.

Esta semana tuve la oportunidad de ser jurado en un examen singular, para el curso de Liderazgo (ontológico), convocado por el ingeniero Carlos Perelman, profesor de la Facultad de Ingeniería de una prominente universidad. Ocho alumnos hicieron su exposición a través de la pantalla, en la que hablaron de su situación anterior al curso, su visión actual y su proyección. Recibí un formato para calificar, en el que los conceptos me sorprendieron (sintetizo): “Libre del pasado”, “Rumbo”, “Inclusión” (centrarse en el bien del otro), “Gobierno de sí mismo” y “Mi experiencia con este alumno”. El profesor nos dio claves para evaluar cada concepto. Uno de ellos llamó poderosamente mi atención: “Brillo de ojos y serenidad”, ¿en serio? Me dio mucho gusto ser parte de un ejercicio donde se evalúan aspectos no del conocimiento (muchos exámenes califican la memoria) sino la actitud y el carácter de la persona, algo congruente con un curso sobre liderazgo.

El evento me recordó la película La sociedad de los poetas muertos, donde un catedrático de mirada chispeante rompe la rigidez educativa del colegio en aras de provocar en sus alumnos un aprendizaje que les durará toda la vida. En una escena memorable, el profesor Keating (Robin Williams) se para sobre su escritorio; ante el asombro de los alumnos, les explica el motivo: “recordarme que debemos ver las cosas de manera diferente”, luego los insta a que ellos hagan lo mismo, “justo cuando crees que sabes algo, debes verlo de manera distinta”. Así, quebrando la ritualidad de la tradición, un maestro llevó a sus alumnos a convertirse en entes pensantes, no meros repetidores de conocimiento y datos, actores en vez de simples receptores de información, los provocó, los estimuló y despertó el interés por aprender (algo muy distinto a simplemente “enseñar”).

Todo esto reflexioné mientras el profesor Perelman se dirigía a sus alumnos con la pasión del chef que tiene cariño por sus ingredientes, una mezcla rara de matemático y humanista en busca de que las personas que salen de su clase tengan una vida más significativa y sean actores que influyan en sus circunstancias. Evoqué también el curso más popular en la historia de Harvard, la clase de Tal Ben-Shahar, sobre cómo ser feliz, donde abarca temas como autoestima, empatía, amistad, amor, logro, creatividad, música, espiritualidad y humor, un coctel de psicología positiva que persigue no solo la felicidad del alumno sino de aquellos que lo rodean. De hecho, también es sobre liderazgo.

Ahora que por la pandemia el mundo ha reconfigurado mucho de sus estructuras, es oportuno preguntarnos cómo debe cambiar la educación para formar personas que influyan positivamente en su entorno, más allá de reglamentos rígidos y a veces estúpidamente ideológicos. Buena parte de la respuesta está en entender el impacto y la popularidad de las clases de Tal Ben-Shahar y Carlos Perelman.

Noté en los alumnos que califiqué una sensibilidad para pensar en los otros, condición sine qua non del líder. Mientras escuchaba hablar a Carlos, en mi pantalla hice un acercamiento en su luminosa mirada. Parecían los ojos de Jáuregui cuando desarmaba, incontenible, una ecuación o se lanzaba en una derivada. Por alguna razón, el recuerdo de Jáuregui me emociona, humedece mi vista. Tuve entonces un hallazgo significativo, los alumnos reflejan en su pupila el brillo de los ojos del maestro.