Loading...

Ajustar el mapa

Por instinto de conservación el ser humano busca conocer el territorio que le rodea, la creación de mapas es uno de los esfuerzos para entender y explicar el mundo, real o mítico. Desde los mapas de la antigüedad, donde los griegos de nombres impronunciables (Anaximandro y Ptolomeo, entre otros) se distinguieron notablemente, pasando por la cartografía medieval, hasta el revolucionario (primer atlas) Theatrum Orbis Terrarum del siglo XVI y las herramientas actuales como Google Earth o Waze, los mapas son una aproximación de la realidad. Borges vaticinó la caducidad: imaginó ruinas de mapas desmesurados que eran sustituidos por otros más grandes; fatalmente inútiles.

El 2020 nos demostró que la certidumbre tiene fecha de caducidad y no lo sabíamos. “El mapa no es el territorio”, escribió en 1931 el científico polaco-estadounidense Alfred Korzybski, en alusión a la frase de Eric Temple Bell: “el mapa no es la cosa representada”. Un mapa, por perfecto que sea, es apenas una representación de la realidad, no la realidad misma. Magritte lo confirmó con algo que no era una pipa. Hoy, como pocas veces antes, la vida es un viaje en el que el territorio cambia constantemente y nuestro mapa sigue fijo.

Como en la antigüedad, en cierta forma estamos ante la terra incognita, un mundo donde puede haber dragones, basiliscos y abismos (la aleatoria letalidad del virus del Covid-19 así nos tiene). La pandemia nos ha cambiado el territorio en muchos aspectos, ha resquebrajado la certidumbre de quienes nos sentíamos cómodos con un mapa que hoy, si no es inservible, es por lo menos inexacto. La capacidad humana de supervivencia se explica entonces por la habilidad de hacer una nueva lectura del territorio y reconfigurar el mapa, desde las digitales formas de ofertar y consumir, hasta las maneras en que pretendemos habitar de nuevo en manada. Evoquemos a un ficticio Darwin cartógrafo: “sobrevivirán aquellos que mejor redibujen su mapa y se adapten al nuevo terreno”.

¿Están las nuevas generaciones preparadas para modificar sus mapas como lo estamos las generaciones anteriores? No lo sé. Me temo que vivir en una época donde la certidumbre ha sido una constante no es un buen indicio. Lo explico. En los ochenta usaba un plano para encontrar domicilios en la ciudad. Había que detener el automóvil y extender aquel papel incontenible que todo lo cubría; aun con esa herramienta, era común bajar la ventanilla y preguntar por una calle a un transeúnte. El uso de mapas era escaso, preferíamos dar señales caprichosas: “Donde veas una tlapalería con un Supermán en la azotea, ahí das vuelta”. Hoy, sofisticadas aplicaciones de navegación, al alcance de casi todos, ahorran tiempo, frustraciones y salvan matrimonios. Hay gran cantidad de tecnología que nos ha acostumbrado a la certidumbre sin esfuerzo. Las generaciones que han crecido con estas facilidades tienen más propensión al fracaso que sus antecesores, fogueados en un contexto de mayor incertidumbre.

La generación que resuelve todo pulsando botones y deslizando pantallas encontrará que el mapa no es el territorio. Aprender a vivir con una dosis de incertidumbre será un signo de sabiduría, de la misma forma que lo está siendo tener la sensibilidad para leer el nuevo terreno. El mismo Korzybski alertó de que las personas suelen confundir el mapa con el territorio, esto es uno de los mayores riesgos que atravesamos. Quienes creen vivir en una representación del pasado, evocando personajes de la historia y recreando pasajes míticos, suelen estar más desadaptados para leer el presente, ya no digamos inspirar el futuro. La apuesta por energías no renovables y la vuelta a esquemas dominantes del Estado benefactor caen en esa tesitura.

Nuestra civilización renueva cartas estelares con asombrosa frecuencia, sin que el nacimiento de una estrella sea noticia. La soberbia, humana al fin, ha pretendido capturar el mundo en un papel con coordenadas; ahora, un ente microscópico ha desdibujado el territorio. Mientras nos acecha la incertidumbre, una certeza avanza: necesitamos una nueva visión del mundo, un nuevo plano.

En un territorio de nuevas posibilidades, habrá que darse cuenta de que la salida no está en el mapa, ajustar el mapa es la salida.