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Un buen malestar

Toda sociedad, en algún momento, requiere una sacudida para que las cosas cambien. No basta con una aceptación pasiva de los problemas que se perpetúan; es necesario el malestar colectivo para generar mejoras. La indignación, esa chispa interna que enciende la acción, es el motor que impulsa el cambio social, y en numerosas ocasiones ha sido la base de movimientos ciudadanos que han logrado impactos significativos en sus comunidades.

Un ejemplo de esto es la iniciativa “Patrulla Ciudadana Madrid”, un proyecto que involucra a voluntarios que trabajan para detectar y alertar sobre carteristas en el Metro y las calles de Madrid. Surgió no solo por el deseo de mejorar la seguridad, sino también como una respuesta a la sensación de impunidad que muchos ciudadanos experimentaban ante el aumento de pequeños delitos. Los voluntarios, armados únicamente con su capacidad de observación y un silbato, lograron reducir drásticamente los robos en áreas públicas. La indignación que sentían por la inacción de las autoridades (y algunos huecos legales) fue transformada en una fuerza organizada y pacífica, logrando un cambio real.

Se trata de un estado de inconformidad en la que la persona identifica una desviación entre el deber ser y la realidad, y le impulsa un deseo para tomar acción y hacer algo en favor de un cambio. En general, si no te molesta algo, no te sientes indignado. El malestar es una forma de estado germinal de la indignación, y ésta muchas veces lleva a los ciudadanos a organizarse, a estructurarse y a buscar formas de hacerse oír. En el caso de “Patrulla Ciudadana Madrid”, el proceso fue claro: la comunidad identificó un problema, sintió que las respuestas institucionales eran insuficientes y decidieron tomar las riendas.

Otra muestra significativa de cómo la inconformidad puede generar transformación es la historia reciente de la Comuna 13 en Medellín, Colombia. Este barrio, que durante años fue uno de los más violentos y peligrosos de la ciudad (y del mundo), vivió una transformación radical gracias a la organización ciudadana y el apoyo gubernamental, una combinación de intervenciones sociales, culturales y de infraestructura. Los habitantes, cansados de vivir en un lugar controlado por el crimen organizado y la violencia, comenzaron a canalizar su indignación a través del grafiti, la música y el hip-hop. Crearon espacios de resistencia cultural que, poco a poco, atrajeron la atención del gobierno y organizaciones internacionales, quienes finalmente intervinieron para mejorar la seguridad y las condiciones de vida. Hoy, la Comuna 13 es un símbolo de esperanza, visitada por turistas que admiran su arte callejero y su historia de superación. Este fenómeno se repite en múltiples lugares del mundo, donde las comunidades ya no esperan respuestas de las autoridades, sino que las generan desde la base, desde un malestar que mueve.

De alguna forma la indignación es una respuesta de sobrevivencia, una rebelión contra el destino. Sin embargo, este sentimiento por sí solo no basta. Para que se produzcan cambios es necesario canalizar esa rabia en acciones concretas. La historia está llena de ejemplos en los que la indignación fue el primer paso para generar un cambio positivo. Desde las protestas por los derechos civiles en Estados Unidos, hasta los movimientos por la independencia en África y Asia, la rabia frente a la injusticia ha sido un factor clave en la lucha por los derechos humanos y la igualdad. Muchas veces basta un pequeño gesto fundacional, como el de Rosa Parks, cuando se negó a ceder su asiento en un autobús público a un hombre blanco, desafiando las leyes de segregación racial de la época. Este acto de desobediencia civil cambió el curso de un país.

Una sociedad que no se indigna ante la injusticia, ante la corrupción o ante la violencia, se autocondena. La apatía es enemiga de un mejor futuro, sin ese fuego interno que genera la inconformidad, no hay impulso para el cambio. Las sociedades necesitan dosis controladas de indignación para crecer y mejorar. Cuando los ciudadanos se indignan, no solo están expresando su malestar, están construyendo un nuevo repertorio de acciones que pueden transformar sus comunidades y, en última instancia, el mundo en el que viven.