Signo de nuestro tiempo, la fotografía se ha vuelto tan cotidiana como obsesiva. En la era análoga nos acompañaba en ocasiones especiales, para guardar momentos en los que administrábamos un rollo de 12, 24 o hasta 36 exposiciones. La captura digital primero, y la integración al teléfono inteligente, después, detonaron el hábito de fotografiar como materia prima del intercambio social. La representación visual ha superado al texto y con ello a la reflexión. Nos hemos vuelto generadores compulsivos de imágenes, a tal grado que tomar fotografías nos estorba para apreciar la realidad sin la mediación tecnológica.
Entras al museo, sitio obligado en tu viaje. Te alegra saber que permiten sacar fotos. Revisas la batería de tu teléfono y avanzas por salas donde la gente camina despacio, algunos leen las fichas museográficas, la mayoría busca ángulos caprichosos para tomarse selfies. Pasas entre ellos y llegas hasta la obra principal. Mientras te aproximas sacas tu teléfono y activas la cámara. Frente al célebre cuadro esperas que la multitud agote su ansia fotográfica; en tu turno dudas entre una selfie o pedir que alguien te saque la imagen. Optas por las dos cosas. Ya tienes al menos doce versiones, las revisas congelado frente a la obra que viniste a ver, bueno, es un decir. Te das cuenta que estás estorbando a quienes apuntan al cuadro con sus teléfonos, usan la pantalla para ver el mundo. Como tú.
La lucidez de Susan Sontag presagió nuestra incontenible obsesión por accionar el obturador. En su libro Sobre la fotografía explora implicaciones culturales, filosóficas y éticas del acto de fotografiar y argumenta que la fotografía puede desplazar la experiencia directa para convertirse en un intermediario entre la persona que observa a través del lente y el objeto o suceso que se tiene enfrente. Yo lo he vivido, hay ocasiones en que estamos más absortos en tomar una buena foto que en disfrutar un momento. Es el “sifoco”, síndrome del fotógrafo compulsivo.
La ciudad de Viena ha implementado una extraordinaria campaña de concientización al turismo sobre el abuso y molestia que implica ver la vida a través de una pantalla. Con el lema “Unhashtag Vienna” (quítale el hashtag a Viena), pretenden que los visitantes guarden sus teléfonos y experimenten los atractivos de la ciudad. Uno de ellos es el célebre cuadro de Gustav Klimt, El Beso, que cada año atrae a 1.4 millones de visitantes que quieren verlo, pero ¿realmente lo ven? Como parte de la campaña de la ciudad, en el museo crearon una réplica de El Beso y le pusieron encima un enorme símbolo rojo de hashtag, que evidentemente estorba y desconcierta a los espectadores. En la ficha museográfica se explica el motivo y se invita a visitar el original en la siguiente sala. Se exhorta a apreciar la obra de Klimt, no de #Klimt. Mensajes similares se hicieron en otros puntos de la ciudad.
¿Cómo combatir el “sifoco”? Por un lado, entender que no solamente nos impide vivir a plenitud un momento, también aceptar que tenemos un impulso por compartir (ipso facto) nuestra vida, como una dependencia de ser validados por los demás. ¿Es más valioso apreciar la obra de Klimt por unos minutos o comunicar a los demás (con una foto) que estuvimos frente a una obra de Klimt?
En la película La vida secreta de Walter Mitty, él trabaja en el departamento de fotografía de la revista Life. Lleva una vida monótona hasta que decide partir en busca de aventuras. Llega a un remoto pueblo del Himalaya donde le espera el legendario fotógrafo expedicionario Sean O’Connell, quien anhela fotografiar un raro y elusivo leopardo de las nieves. Mitty y O’Connell aguardan entre las rocas desde su improvisada atalaya con la esperanza de ver al felino. La cámara, sostenida por un tripié entre las escarpadas formaciones de la montaña, apunta a una oquedad desierta. De pronto el fotógrafo mira a través del lente y ve la majestuosa criatura. Invita a Mitty a asomarse por el cristal. Cuando es momento de apretar el obturador, O’Connell se aleja de la cámara y observa al leopardo. “¿A qué hora vas a tomar la foto?”, inquiere el compañero; el fotógrafo le explica que hay momentos que prefiere vivirlos a plenitud que capturarlos en una imagen. El sacrificio es una lección.
Más Vida, menos #Vida.