Mi entrega “Impunidad ciudadana”, donde expuse que tener Estado de derecho no sólo compete al gobierno, también a una sociedad indignada ante pequeñas y cotidianas transgresiones a la ley, tuvo buena acogida. Unas cuantas excepciones consideraron que mi postura era simplista y superficial, o que estaba culpando al pueblo de México en vez de a sus malos gobernantes, o que pasaba por alto que “venimos de un modelo económico cultural que promovió la individualidad y la indiferencia”. Agradezco ambas posturas, abren el intercambio que enriquece.
No, no nos asaltan y maltratan por nuestra apatía. Sin embargo, nuestra actitud ante lo que nos daña (pequeñas faltas a la ley por parte de otros ciudadanos, que no vemos como nuestro problema y no vemos como daño) podría tener cambios más allá de lo esperado. Vivimos en un sistema y como todo sistema, es complejo, las consecuencias no son lineales. ¿Pueden los lobos cambiar la trayectoria de un río?
Por alguna razón los lobos se extinguieron en Yellowstone. Fueron reintroducidos en 1995. Su presencia ahuyentó venados y alces, que se fueron a pastizales remotos. La planicie donde antes comían se regeneró; brotaron álamos que atrajeron aves y castores. Los lobos espantaron a los coyotes, creció la población de roedores, lo que convocó halcones, zorros, tejones y águilas. Florecieron zarzamoras y frutas pulposas, botana para los osos. Al haber menos erosión, se formaron pozas, aumentaron los rápidos y las cascadas, los ríos ganaron cauce y nuevas trayectorias. Sí, un cambio en el sistema provocó cambios en los ríos.
¿Qué es primero, el buen gobernante, honesto, ético, cuyo ejemplo provoca que la gente respete la ley, o la sociedad que al cambiar produce al político que esperamos? Lo he dicho: no tenemos el gobierno que nos merecemos, tenemos el gobierno que somos. La cola no mueve al perro; una mejor sociedad producirá mejores políticos. El llamado “efecto mariposa” sugiere que pequeñas variaciones pueden tener resultados significativos en otras partes (aparentemente no relacionadas). El modesto desacato de Rosa Parks inspiró una revolución en favor de la igualdad racial.
Ikram Antaki lo retrató antes: “Estamos produciendo una ciudadanía sin civismo”. Veía al civismo como “una virtud que da nacimiento a todas las demás virtudes” (nótese el efecto en cadena). “El civismo es una preocupación por el interés general”. Nos recordó que en Atenas y Roma hubo “ciudadanos-soldados”, pilares del Estado de derecho. Sentenció que uno de los rostros de la incivilidad (de la degradación social) es “una indiferencia generalizada”. Fue lapidaria: “Somos una sociedad que delinque sin cesar. La falta de respeto a las reglas parece arraigada en las costumbres; rechazamos el carácter impositivo de la regla de vida en sociedad. Engañamos en la vida diaria”. Y asombrosamente, al hablar de transgresiones a la ley, detectó la interrelación de la que hablo: “Entre los diferentes escalones de esas prácticas existe una permeabilidad extrema. No hay una frontera precisa entre faltar a las reglas básicas de la cortesía y la sociabilidad, y violar más gravemente los fundamentos colectivos de la sociedad. Tomarse libertades con las primeras reglas lleva a una predisposición para rechazar las otras”.
Es a esta predisposición a la que me refiero. Es la fatal resignación “así es aquí”, “todos lo hacen y no pasa nada”. Entiendo que alguien diga que soy simplista al proponer que un cambio social empieza por pedir respeto a un semáforo. No valoramos el poder del ejemplo. El concepto de ciudadanía a menudo es confundido con el de nacionalidad. Tener ciudadanía es el ser ciudadano, ejercer el civismo en nuestras decisiones pensando que cuando incumplo, afecto a mi sociedad, a mi país. Escribió Ikram: “La ciudad es el espacio de la sociabilidad, es el primer lugar del ejercicio de la ciudadanía”. La derrota del ciudadano es la derrota de su país. Consecuentemente, la victoria que demanda México es la del ciudadano.
Dejemos de pensar en colores partidistas y en ideologías. Ciudadanía sin civismo produce ciudadanos huecos. ¿Necesitamos más pistas para regenerarnos? Sembremos civismo, cosechemos ciudadanos.
Suena a arenga trillada, aun así, nos queda el saco: No hay camino para el civismo, el civismo es el camino.