La mente humana suele ser un territorio contradictorio. Por un lado es fascinante su intrincada complejidad y sus posibilidades, por el otro, es vulnerable a manipulaciones y engaños. Esta segunda característica puede ser placentera cuando somos espectadores de un buen prestidigitador cuya habilidad nos sorprende al verlo “hacer magia”. También puede ser frustrante y dolorosa cuando somos víctimas de fraudes, artimañas y embustes, por personas sin escrúpulos cuyas habilidades persuasivas nos inducen a cometer errores. El tema va más allá de si alguien nos tima, tiene que ver con la forma en la que entendemos el mundo y le damos significado, con nuestra visión crítica de los hechos y las conclusiones que construimos. Nuestra propia mente suele ser engañosa.
La “boda del siglo” entre el príncipe Carlos y la princesa Diana, en los años ochenta, puso en la mente (léase influenció y provocó el deseo) de millones de personas el estereotipo de un ritual occidental. En alguna zona de Japón nació el apetito por casarse al estilo católico. Una magnífica oportunidad para un embustero que, fingiendo ser sacerdote, “casó” a 450 parejas durante varios años. Casi mil personas más sus invitados creyeron que asistieron a una ceremonia oficial bajo los estatutos debidos. Parece difícil de creer; no lo es tanto cuando entendemos que nuestra mente funciona como un editor de la realidad, construye su propia versión de los hechos y llega a las conclusiones que quiere tener. Nuestra capacidad cerebral es limitada en cuanto a la cantidad de información que puede procesar, la complejidad de los fenómenos y la velocidad con la que hay que tomar decisiones.
El sesgo cognitivo nos hace reaccionar sin razonar, sin que nuestra capacidad crítica entre en acción. Es como seguir un patrón de pensamiento que distorsiona la forma en la que asimilamos lo que percibimos y por ende cómo tomamos decisiones. Hay varios tipos de sesgos. El de confirmación es el que tiende a buscar, interpretar y recordar datos de manera selectiva para confirmar las creencias preexistentes, mientras bloquea lo que sea contrario. El de anclaje nos hace ser influenciados por una referencia inicial (esto lo usan mucho los magos). El de pertenencia es lo que nos motiva a inclinarnos por conclusiones que sabemos caerán bien en cierto grupo del que somos parte. El de exceso de confianza es cuando sobrestimamos nuestras capacidades y subvaloramos los riesgos, el resultado puede ser fatal.
Más allá de ideologías y posturas políticas, debemos aprender a ejercitar nuestras facultades críticas. En su columna en El País “El ignorante eres tú”, Viri Ríos expuso que el consejo editorial de The Wall Street Journal publicó un artículo con el subtítulo “El presidente ignora la ley de expropiación cuando le acomoda a sus intereses políticos”, sin explicar qué parte de la ley se había ignorado. “Nadie se dio a la tarea de pensar”, escribió la autora, hablando de los analistas y comentaristas. Una gran cantidad de personas cree ciegamente lo que dice un medio como el WSJ, no exento de imprecisiones y fallas interpretativas (en el mejor de los casos).
En un experimento para evaluar cómo la autopercepción afecta nuestro juicio, a varias personas se les colocaron cicatrices en el rostro con ayuda del maquillaje. Su misión era ir a una entrevista de trabajo y luego comentar si sintieron algún tipo de discriminación. Una vez que los participantes se vieron en el espejo y tomaron conciencia de su anormal apariencia, fueron objeto de un “retoque” de último minuto por parte del maquillista. En este punto en realidad lo que se hizo fue retirarles la cicatriz, sin que las personas participantes se dieran cuenta. Asistieron a su entrevista creyendo que llevaban una notoria cicatriz. Los resultados mostraron con contundencia que las personas se sintieron discriminadas y hasta señaladas por las supuestas anormalidades, es decir, por marcas que estuvieron en su mente, no en su piel. Algo existe, si crees que existe.
Ahora que entramos a la carrera electoral por el relevo presidencial, vale recordar que la mente es un piloto automático muy poderoso y falible, humanamente falible. El ejercicio democrático no solo implica votar, también razonar nuestra decisión, dudar de aquello en que creemos.