Despierto con la pregunta de tantos sábados: ¿de qué tema voy a escribir este domingo? Basta ver las notas principales de la semana para darse cuenta que el país arde en temas relevantes en los que se puede bordar: la Suprema Corte hace valer el Estado de derecho y da una bocanada de aire fresco a la división de poderes (y para muchos, a la democracia); la violencia sigue siendo una constante, puedo dar continuidad a mi artículo del domingo pasado sobre lo que pasa en las escuelas, está también la quema simbólica de la ministra de la Corte (un hecho muy revelador del ánimo colectivo que el antagonismo político ha generado en el país, y que no es exclusivo de un solo bando). Estoy pensando de dónde voy a enganchar mi punto de partida y de pronto mis grupos de WhatsApp y buena parte de las redes sociales inundan con la misma agua: “Ahora sí, no es broma”, murió Xavier López, “Chabelo”.
Políticos, deportistas, actrices y actores, comunicadores, instituciones, hasta el propio presidente de la República, han enviado mensajes públicos de condolencia. Es extraño, la muerte de Chabelo ha generado una especie de nostalgia colectiva. La mayoría de los comentarios refieren un pasaje de la infancia o la de sus familiares, con alguna anécdota del personaje que en el imaginario colectivo equiparamos con la eternidad. Me siento culpable por no abrazar uno de tantos temas serios, mis dedos avanzan por la libre, hacen lo que quieren sobre la pantalla, con esa libertad característica de no hacer nada los domingos por la mañana, libertad de aquel niño que fui en los setenta cuando prendía la televisión para ver un programa de concursos en el que un papá o una mamá corrían detrás de una botarga o intentaban barrer globos con una escoba.
Es extraño sentir que se terminó una parte de la infancia, un mosaico del México del siglo pasado. En los principales sitios informativos, Chabelo ha desplazado a las noticias que eran cabeza hace un par de horas. Suena exagerado, lo sé, el país se ha convertido en un tema. Me siento menos culpable, no menos nostálgico. Como en una avalancha se me vienen los recuerdos, sentimientos que encuentran el punto más débil del cuerpo para salir, los ojos. Si justo ahora entrara a la habitación alguien de mi familia y me preguntan qué tengo, les diré que me entró al ojo una espantosa equis. De haberme encontrado alguna vez a Xavier López, estoy seguro que le habría dado las gracias por el niño de 13 años que se negó a crecer, por su ingenio, su voz inconfundible y su humor simplón. Ni hablar, éste es un artículo extemporáneo.
Es muy probable que todos tengamos un alter ego, pocos como la dupla que hizo que el nombre de Xavier López se complete con una palabra que, aunque no se escriba, se pronuncia. Estudiante de medicina que supo redefinir su camino, también cursó arte dramático y gracias a su conocimiento de teatro clásico, se hizo amigo de todos los niños. Inventor del “idioma mautro”, exploró caminos en la pantalla y desde una motocicleta. Productor y conductor, tuvo el ingenio de convertir promesas de marca en juegos de destreza en los que los miembros de la familia competían para llevarse un premio que nunca era la motivación principal. Estar en el programa con Chabelo era el trofeo. También para los anunciantes.
Entendió la naturaleza aspiracional del ser humano. Al final del programa uno tenía la oportunidad de mejorar su premio y cambiarlo por una sorpresa que se escondía detrás de tres cortinas. Si la suerte favorecía, el concursante haría que la familia estrenara sala, si no, sería objeto de burla y arrepentimiento, al menos por un momento; la generosidad del niño eterno revertía el tiempo y el “perdedor” recuperaba su recompensa previa.
El vértigo del algoritmo nos invade: Wikipedia ya dice sobre Chabelo “fue”. No hay mucho más que decir. Lamento que hayan llegado hasta acá esperando una teoría sociológica, una parábola escondida o la referencia a un libro. No hay tal. Hoy simplemente decidí cambiarles el tema. El verdadero sentido de la catafixia es sustituir al adulto por el niño.
En una época en la que sigue siendo un llamado relevante sacar al pequeño que llevamos dentro, un hombre será recordado por el niño que llevó por fuera.