Maria Popova es una mujer cuya curiosidad intelectual rebasa los límites de la ciencia, el arte, la filosofía y otros rincones del pensamiento humano, en busca de compartir perlas y desenterrar asombros. Escribió una reseña sobre el libro Mindset. La nueva psicología del éxito, de Carol Dweck, cuyos conceptos me parecen dignos de reflexión, alrededor de lo que consideramos éxito o fracaso y las implicaciones que tienen en nuestra vida. Así como los referentes que adoptamos son conductas que inspiran conductas, también estamos a merced de una fuerza decisiva: nuestro sistema de creencias o mentalidad (la forma en la que hacemos juicios).
Convengamos un punto de partida: en buena medida, la felicidad depende de la forma en que lidiamos con los éxitos y los fracasos. En este sentido, Dweck define dos tipos de personas, las de mentalidad fija y las de mentalidad de crecimiento. Las primeras asumen que el carácter, la inteligencia y otras habilidades son estáticas, así nacieron y no pueden cambiarlas significativamente. Para ellas, el éxito es la comprobación de esas habilidades innatas en función de las exigencias de la vida. Buscan estar siempre del lado de quienes evitan fracasar. Recuerdo la incertidumbre al terminar el año escolar en primaria y saber que caías en uno de dos grupos: aprobado o reprobado. Aquel, sinónimo de inteligente, éste, su opuesto. Las personas de mentalidad de crecimiento, por el contrario, no ven el mundo binario ni al fracaso o el éxito definitivos. Prosperan ante los retos y ven los tropiezos como una oportunidad de crecimiento personal.
Mi forma de interpretar esto es que para ciertas personas uno “es así” y no se puede cambiar, mientras que para otras “uno está así”, puede crecer y superar adversidades. Digámoslo de otra forma: las personas de mentalidad fija tienen una foto inmutable de sí mismos, los de mentalidad de crecimiento tienen una película que fluye. Lo relevante es que, lo sabe de sobra la psicología, nuestro sistema de creencias (conscientes e inconscientes) alimenta nuestra conducta y predispone el éxito o el fracaso. El libro de Dweck versa en cómo los cambios (incluso pequeños) de mentalidad tienen un impacto en nuestra vida.
Esta sutil, pero gran diferencia, podría llevarnos a un importante cambio educativo, donde los alumnos no reciban la etiqueta de aprobados o reprobados, sino que son recompensados en función del progreso de su desempeño. Esto de ninguna manera pretendería caer en una zona de confort donde el mérito no tenga cabida, se trata de que aquellos con méritos destacados no se sientan producto terminado, y aquellos con méritos insuficientes se vean en proceso de crecimiento y no con una etiqueta que les condiciona y reafirma su supuesta falta de talento “con el que llegaron al mundo”. El punto es evitar lo que Dweck retrata así: “Creer que tus habilidades están grabadas en piedra, te genera la urgencia de probarlo una y otra vez. (…) He visto mucha gente con esta meta, en el salón de clase, en el trabajo, en sus relaciones personales. Evalúan cada situación: ¿Tendré éxito o fracaso? ¿Pareceré tonto o inteligente? ¿Seré aceptado o rechazado? ¿Me sentiré como ganador o como perdedor?”.
En la mentalidad de crecimiento tus habilidades actuales son el punto de partida para desarrollarlas. La premisa es que las cualidades (incluso la inteligencia o los dones afectivos) se cultivan con el esfuerzo, y los retos motivan a ello. Esto, dice Dweck, “no implica que la gente sienta que puede ser un Einstein o Beethoven, sino saber que el potencial humano es desconocido y por ende es imposible predecir lo que años de esfuerzo, práctica y pasión pueden conseguir”. Un camino conduce a la necesidad de aprobación de las habilidades que uno cree que tiene, el otro camino nos lleva a la pasión de aprender constantemente. Ahora me doy cuenta por qué detesto la alusión de “gurú” y he dicho, decenas de veces, que me considero un estudiante profesional.
Replantear lo que es el éxito y el fracaso implica cambiar de mentalidad. Es darte cuenta que la vida no es una serie de compartimentos estancos con etiquetas imborrables, sino una espiral donde te mueves. No eres algo, sino que siempre estás en proceso de ser algo. La diferencia es abismal.