Conducía por una vialidad de tres carriles, junto al camellón. Súbitamente tuve que virar. Frente a mí había un montón de arena y un minúsculo cono de plástico color naranja. Un trabajador paleaba el material que habían dejado sobre la calle y parte sobre el camellón. Si este trabajador fuera conductor, sabría que poner un cono de advertencia justo en el sitio, es inútil. Sabemos que las señales preventivas deben darse con decenas de metros de anticipación, para poder frenar. Esta anécdota, aparentemente banal, encierra claves de cómo aprendemos a hacer las cosas, cómo hay gente experta y gente ineficiente.
Ignoro si al trabajador en cuestión le dijeron vagamente “pon un cono en el carril” o si hay todo un manual en su empresa de cómo se hacen las cosas. El punto es que no es lo mismo tener la información de algo, haberlo leído incluso, que saber hacerlo (y hacerlo bien). Sin que este trabajador haya experimentado lo que es manejar, difícilmente sabrá cómo tiene que evitar accidentes con una buena prevención. En otras palabras, tiene que pasar el aprendizaje por el cuerpo, lo tiene que vivir “en carne propia”. Es el mismo caso de cuando se pretende que un negocio que atiende a público selecto (“VIP”), tenga colaboradores que no hayan viajado en primera clase o que no se hayan hospedado en hoteles de lujo para experimentar la sensación de lo que es ser atendido con estándares de exclusividad, de modo que luego ellos lo repliquen con sus clientes.
La sapiencia de mi amigo y socio David me condujo a Heidegger, el filósofo alemán que retó la teoría platónica de que experimentamos el mundo con la dualidad sujeto objeto, es decir, los objetos están afuera de nosotros, quienes los observamos. Lo mismo hizo Descartes, dividió cuerpo y mente. Heidegger refuta la idea de que conocer es saber. Para él, el saber está integrado al hacer, por lo que acción y pensamiento son inseparables. Veámoslo así: les han pedido a virtuosos de la música o del deporte que expliquen racionalmente cómo hacen lo que hacen, y ha sido inútil la información. Hay algo que funde al sujeto con el objeto, como un pianista y el piano, algo que, aunque se ponga por escrito, no les sirve a los demás. Los datos no bastan. La clave está en el cuerpo. Saber las reglas del ajedrez no es saber jugar ajedrez. Un simulador de vuelo es muy efectivo, hace que los futuros pilotos pasen por el cuerpo su aprendizaje. Un piloto de fórmula uno tiene una comunión con su auto, no son dos entidades, son un binomio.
Hay quienes hacen apología de los datos y con ellos pretenden leer la realidad y dar recomendaciones, por ejemplo, a empresarios, sin jamás haber sido empresarios, sin (haber pasado por el cuerpo) lo que es dirigir una empresa y experimentar lo que es hacer empresa. En una receta de cocina, la lista de ingredientes y las instrucciones de cómo mezclarlos son los datos. Pero no bastan para saber cocinar. A Leah Chase, de Nueva Orleans, le pedían las recetas de sus extraordinarios guisos; ¡la receta era ella misma! Esto explica por qué hay personas con diferente sazón. No, no es lo mismo conocer que saber (y saber hacer).
Hay ocasiones en que necesito acordarme de una clave digital. Mi mente no la recuerda hasta que mis manos tocan el teclado. La acción mecánica de mover los dedos equivale a pasar por el cuerpo eso que es recordar un dato. La reflexión es interesante si la derivamos a otros territorios. Ejemplo, cuando personas célibes dan consejos de relación matrimonial o de vida en pareja. O pensemos en egresados de universidades que conocen mucha información, pero no saben casi nada, no han tenido práctica. Sin menoscabar la teoría, aprendemos haciendo y reflexionando en lo que hacemos. La experiencia es el saber acumulado en el hacer.
Volviendo al trabajador que arriesga su vida sobre la avenida mientras mueve la arena, ¿no debería su capacitación incluir (pasar por el cuerpo) el manejo de un automóvil para que sepa cómo tiene que colocar sus señales preventivas? Como hace una buena actriz o actor, se “adueñan” del personaje, se vuelven uno. No son actor de un lado y personaje del otro. De la misma forma, el trabajador debería ser uno con el sistema vial.
Hay algo en el mundo que nos es desconocido, hasta que lo habitamos.