La pregunta sacudió mi atención y la de los demás oyentes en el foro de Coincydes: “¿Quién de ustedes tiene pensado salir a robar algo hoy en la noche?”. Roberto Bonilla, discípulo de Don Beck, mencionó que su mentor acostumbraba iniciar sus seminarios con ese cuestionamiento. Como era de esperarse, nadie levantó la mano. El punto era entender un principio de la conducta humana: bajo ciertas circunstancias, seríamos capaces de hacer lo impensable. Este tema lo he abordado hablando del experimento Milgram y de “El Efecto Lucifer, ¿por qué la gente buena hace cosas malas?”, de Phil Zimbardo. El poder del contexto es una fuerza que pocas veces se toma en cuenta cuando se trata de explicar conductas sociales, o mover a un país.
El modelo científico de Spiral Dynamics (SD) explica por qué somos como somos y cómo podemos evolucionar (o involucionar). Particularmente quiero abordar el tema de los “modelos mentales”, que yo identifico como “códigos culturales”. Los modelos mentales son lentes a través de los cuales vemos el mundo e interpretamos lo que sucede y construimos realidades. Son instrucciones para vivir. El dilema es que hay diferentes instrucciones y formas de construir realidades. SD propone 8 niveles (según nuestra condición de vida) en una espiral que es dinámica, pues uno puede estar en cierto nivel en un tema, y en otro nivel respecto a un asunto distinto. Una sociedad desigual como la nuestra provoca que haya grupos que ven distintas realidades. Estamos muy dispersos en la espiral, por ello tenemos diferentes juicios y reacciones. La sociedad avanza cuando en conjunto adopta nuevos modelos mentales, es decir, empieza a ver lo que no veía y hacer lo que no hacía.
Una enorme fuerza para cambiar el modelo mental son las condiciones de vida. La educación juega un rol importante, pero no lo es todo. No juzga igual quien está en circunstancias apremiantes de hambre que quien está preocupado porque va tarde al aeropuerto. Son dos mundos, dos modelos mentales. Ikram Antaki lo vio también: “Aquel que es privado del mundo, es incapaz de adoptar la multiplicidad de las perspectivas”.
Pensando en los cambios a los que aspiramos en México, evoco el pensamiento de Beck en voz de Roberto: “No necesitamos formar nuevas organizaciones, debemos despertar nuevas formas de pensar”, “no tiene sentido atacar las deficiencias del sistema actual; hay que crear nuevos modelos que hagan obsoleto lo actual”. Aquí radica el reto de una oposición política efectiva.
Cruzo todo esto con una relevante nota de la semana: el Papa Francisco se dirige a una firma internacional de consultoría y les dice que los negocios pueden jugar un rol muy importante contra la crisis mundial, al promover el bienestar de la gente desde la empresa. Justo Roberto citaba a Rafael Yamín, quien promueve una transformación nacional: “Empresa libre de pobreza”, un compromiso para que haya mejores salarios y la conciencia de la forma de vida de los colaboradores, pues la pobreza no sólo es económica, también se manifiesta con otras carencias. Suena prometedor que, si logra una certificación así, haya un impacto en las condiciones de vida de la gente, sin esperar que un gobierno lo haga.
Disminuir la pobreza debería ser una batalla común en México. “Necesitamos dejar de administrar la pobreza (como han hecho los gobiernos en nuestro país), necesitamos pensar más allá del México del 2024, pensar en largo plazo (mínimo 20 años) e incluir todas las voces. Empezar a crear futuros desde el presente”, comenta el discípulo de Beck, enfatizando que el plural de futuro obedece a la imperiosa necesidad de incluir al otro, las voces usualmente ignoradas.
Pensando en la transición política del 2024, será fundamental ver si surge una oposición que ofrezca una meta de orden superior, que más que atacar lo que no funciona, ofrezca un panorama de futuro donde millones quieran participar. Pensando en un pasaje bíblico, Don Beck, uno de los hombres que hizo posible la transición pacífica post-apartheid en Sudáfrica, dejó palabras (citadas por Roberto) que hoy, pensando el futuro de México, nos quedan como anillo al dedo, particularmente a la clase que hace que las cosas sucedan, los empresarios:
“No hay más premios para pronosticar la lluvia, sólo premios para construir el arca”.