Así como el cuerpo experimenta el llamado covid largo, los efectos de la pandemia en la sociedad siguen manifestándose, modifican conductas que antes eran la norma. En el plano laboral, la necesidad de aislamiento implantó de golpe el trabajo desde casa, aceleró el cambio tecnológico, empresas y colaboradores tuvieron que adaptarse a la llamada “nueva normalidad”. Sin duda vivimos tiempos polémicos en donde hay más preguntas que respuestas, ¿qué debemos entender como lo normal?, ¿estamos en un cambio de era donde el antiguo mundo no ha terminado de morir y el nuevo no ha terminado de nacer?, ¿qué tan reversible es volver a ciertas condiciones pre-pandemia?, ¿se está gestando un nuevo sapiens tecnológico, que será un mejor ser humano o no?
En un nivel superficial del debate pongamos lo que ocurre en algunas empresas que han pedido a sus colaboradores volver a la oficina. Unos aceptan, otros no. Quienes se niegan a regresar han preferido renunciar para mantener lo que consideran nuevos beneficios: han eliminado el traslado (ahorran tiempo y gastos de automóvil o de transporte), han aumentado el tiempo de convivencia con la familia, consideran que son más productivos al tener menos distracciones laborales y participar en más reuniones en forma virtual. Algunos guardan un oscuro secreto: han mejorado su ingreso con un segundo empleo.
La moneda tiene dos caras. Si bien el colaborador es libre de decidir en cuál empresa quiere trabajar, ésta tiene el derecho de establecer las condiciones de trabajo en función a sus objetivos. ¿El aislamiento favorece el trabajo en equipo y la integración para mejorar resultados? ¿Qué le pasa a la cultura organizacional y al sentido de pertenencia si la gente no convive en persona? Por otro lado, en casa no todo es color de rosa. Si bien es cómodo aparecer en una junta con el pantalón de la pijama o apagar la cámara para darle una mordida a las quesadillas, hay nuevos distractores. La puerta cerrada no siempre elimina el ruido de la aspiradora. A veces no se tiene un espacio ideal, ni las condiciones tecnológicas que garanticen velocidad y confidencialidad en el intercambio de información. Algunos han rentado espacios más grandes para tener lugares de trabajo adecuados. Este nuevo gasto elimina los ahorros del traslado. El tema del segundo empleo plantea serias complicaciones: ¿debe modificarse la Ley Federal del Trabajo? ¿Deben las empresas condicionar a no tener otro trabajo, considerando que alguien podría emplearse con dos competidores sin que ellos lo sepan?
Así como algunas compañías están experimentando un esquema híbrido en el que hay colaboradores que alternan trabajo en casa y oficina, hay posturas tajantes, como la de Elon Musk: “quien no regrese a trabajar a la oficina, que renuncie”, le dijo a su comunidad laboral.
En un plano más profundo, filosófico incluso, el tema implica entender la evolución del ser humano y sus procesos, así como darle cabida a la incertidumbre, no como un fenómeno pasajero, sino como una condición del viaje. La apuesta de que la tecnología nos va a salvar, en aras de erosionar la convivencia humana, es sumamente riesgosa. La pantalla nos da acceso a una vida fragmentada donde perdemos de vista ademanes y posturas corporales, recursos de sobrevivencia cavernaria. ¿Estamos pasando de la gestión de la realidad a la gestión de la apariencia? ¿Estamos alentando un individualismo nocivo con máscara de colaboración remota?
La era hipertecnológica que experimentamos y la que viene, abren el debate sobre si no caemos en la trampa de un mundo regido por botones, donde además de anhelar que todo sea fácil y con bajo esfuerzo, debe ser de bajo costo, en aras de una tierra prometida: crea una app, conviértela en unicornio, sé millonario y vive feliz para siempre. Y si no, vive con tu frustración. ¿De qué nos sirve el hombre tecnológico en un mundo con valores erosionados, culto excesivo a la apariencia (la imagen) y a la devoción a las posesiones materiales?
Evolutivamente pensando, cabe esperar que el ser humano, en su enorme capacidad creativa, integre a la tecnología los antídotos que puedan balancear los efectos adversos de vivir de cara a una pantalla. Pues, aunque ésta tenga un rostro humano, no deja de ser pantalla.