Legalidad y Estado de derecho son conceptos relacionados con naciones que aspiran a tener condiciones armónicas de desarrollo. Cuando hay ausencia de ellos o son endebles, la sociedad entra en crisis, desde seguridad hasta gobernabilidad. Acostumbramos tener índices comparativos entre países, desde crecimiento económico hasta propensión a la corrupción. Sería bueno complementar las mediciones de impunidad de un país, respondiendo a la pregunta: ¿cuánto vale transgredir la ley en tu país?, entre más barato te salga ser delincuente, más probabilidades hay de que vivas en un entorno de alta impunidad, bajo respeto por la ley y con Estado de derecho tendiendo a inexistente.
Llevamos años siendo una sociedad donde el Estado de derecho es frágil. ¿Cómo podemos revertir la tendencia donde cada año, cada sexenio, es peor que el anterior? La respuesta es compleja, intentaré abrir un espacio de reflexión sobre lo que puede ser un comienzo para mejorar la situación.
Convengamos: la conducta se contagia. Ver cumplir o ver incumplir, contagia. Padecemos una endemia: ilegalidad, desprecio generalizado por la ley y la autoridad, alimentado por la impunidad y la incapacidad gubernamental. Por un lado, una ciudadanía que no cumple como debería, por el otro un gobierno que no ejerce su función de aplicar la ley. Nos sobran leyes, nos falta su aplicación.
Para explicar el contagio de conducta, veamos una situación real. Antes de la pandemia, desembarcar de la cabina de un avión era un proceso caótico donde los pasajeros se aglutinaban en el pasillo central en espera de avanzar. Ahora es diferente, hay una nueva regla, debe desembarcarse por filas siguiendo la instrucción de los sobrecargos. Nadie cuestiona la medida. Ver cumplir la norma provoca más cumplimiento de la norma. Lo mismo sucede, pero en sentido contrario, cuando se transgrede la ley sin consecuencias. Hay un rol crucial, el de la tripulación; cuando no son firmes para dar instrucciones y permiten el caos anterior, la nueva norma no funciona. Necesitamos entonces una autoridad decidida a ejercer su responsabilidad y gente cumpliendo, vista por los demás, para que haya un contagio positivo.
Debemos evitar el infame razonamiento de “los demás lo hacen y no pasa nada”. Necesitamos generar un momentum de cambio respecto del cumplimiento a la ley. Aprovechemos que la conducta humana es moldeable. Necesitamos un “los demás cumplen, yo también”. ¿Dónde hay un territorio fértil para empezar? Lo he dicho antes, en la calle, en la vialidad. Propongo que demos como país un primer y pequeño (pero simbólicamente enorme paso): poner en cuantos cruces viales sea conveniente señales de “Alto”, y que quien no pare por tres segundos (como sucede en otros países), tenga una sanción ejemplar. Necesitamos detener la tendencia donde la ley se toma como una sugerencia. Así como en la doma natural de caballos, uno de los pasos críticos es que el animal sienta el límite que le impone la soga, necesitamos como sociedad demostrarnos que somos capaces de obedecer la ley en algo “tan simple” como una señal vial. Si no podemos con eso, difícilmente podremos con algo más complejo. ¿Qué gobierno municipal o estatal se anima? Un ejemplo donde se ha cambiado la conducta es el operativo “Salvando Vidas” (contra conducir bajo efectos del alcohol) que se aplica desde hace años en la Zona Metropolitana de Guadalajara.
El orden y el respeto a la ley existen para millones de mexicanos, aunque en contextos privados, por ejemplo, dentro de una empresa o una institución. El punto es llevar el sistema de límites y consecuencias al exterior. ¿Qué significa quebrantar la ley en la empresa donde laboras? A menos que trabajes para el crimen organizado, supongo que la respuesta implica consecuencias que no quieres vivir.
Necesitamos contagios cotidianos, simples, evidentes, de cumplimiento a la ley por parte del ciudadano, y aplicación de la ley, por parte de la autoridad. Por eso la señal de “Alto” puede servirnos. Es además democrática. No necesitas saber manejar o tener un vehículo. Basta con que veas que el reglamento se obedece para que en esa comunidad se eleve el valor simbólico de la ley y el Estado de derecho.
Poner un alto a lo que vivimos en México es poner un “Alto”. La obviedad se pinta sola.