La importancia de un líder es proporcional al grado de influencia y poder que tiene sobre aquellos en quienes ejerce su acción. Esto que suena a perogrullada se vuelve menos obvio si analizamos otra fuerza decisiva: el contexto, ese elemento situacional que tiene enorme influencia en la conducta humana, según lo han mostrado estudios como el de Philip Zimbardo, El efecto Lucifer, ¿por qué gente buena hace cosas malas?, o simplemente lo hemos experimentado nosotros cuando actuamos siguiendo al grupo en una situación de emergencia.
El contexto, la repetición de ciertos actos (que equivale a la reacción ante determinados estímulos), forja conductas. No es casual que los habitantes de la Ciudad de México tengan una sensibilidad muy elevada a la alerta sísmica, y un comportamiento bastante bueno en la forma en que realizan los simulacros. Han ensayado. De la misma manera, hay comportamientos “ensayados” o aprendidos mediante el ejemplo, que también construyen la normalidad.
Vuelvo al líder. Hace unos días el presidente de la República envió un mensaje a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, máximo tribunal jurídico del país, que analizaba la procedencia de la Ley de la Industria Eléctrica, uno de los grandes cambios que promueve la autollamada Cuarta Transformación. El hombre que en campaña repitió ad nauseam la arenga “Al margen de la ley nada, por encima de la ley nadie”, dijo a los ministros: “no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”. Es lamentable que cualquier mandatario rebaje un ordenamiento jurídico así. Ahora sumemos el contexto: en México tenemos un altísimo grado de propensión a despreciar la ley y la autoridad. En nuestro contexto (léase nuestro código cultural) hemos aprendido a negociar con los límites, desde una vuelta prohibida en el camino hasta la Constitución. El que sea el presidente de México quien haya dicho esa expresión es todavía más nocivo, dinamita el frágil Estado de derecho y, aquí sí, muestra que la corrupción (lo que corrompe el deber ser legal) se promueve de arriba para abajo.
Como he afirmado, no tenemos el gobierno que merecemos, tenemos el gobierno que somos. Mitchell Kusy y Elizabeth Holloway citan en su libro Lugar de trabajo tóxico: manejo de personalidades tóxicas y sus sistemas de poder que “La gente nociva prospera solo en un sistema tóxico”. Por ello AMLO no es causa, es consecuencia de algo que ya estaba mal. Puede irse y vamos a seguir mal. No se trata de cambiar de líder, debemos modificar el sistema que lo produce.
El contexto mexicano amerita lo opuesto al dicho presidencial sobre el cuento de la ley, amerita que él promueva que se aplique la ley dentro de su círculo más cercano. Échenle un ojo al “Anuario de la corrupción 2021: Los casos de corrupción y la respuesta de siempre”, de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, para ver la cantidad de expedientes documentados donde se transgrede la ley bajo el cobijo del poder. Kusy y Holloway dicen: “Las personalidades tóxicas existen en las organizaciones porque las personas las toleran, cambian para acomodarlas o las protegen”. ¿Nos suena familiar?
En el ensayo “Desarrollo y validación de la escala del liderazgo tóxico”, Andrew Schmidt menciona cinco características de un liderazgo nocivo (por supuesto, aplican a cualquier esfera): autoritarismo, imprevisibilidad, narcisismo, autopromoción, supervisión excesiva. ¿Les evoca a alguien en particular? Ahora sumémosle el factor ideológico (esos lentes de cómo entendemos el mundo, que dan claridad o nublan las decisiones), que en México está impregnado de un resentimiento, largamente añejado y cosechado; de una narrativa de confrontación que privilegia el choque, en vez de la unidad; de un pasado idealizado y obsoleto, en vez de una visión inspiradora de futuro; de un estatismo que en vez de regular excesos y privilegios (públicos y privados) y dejar fluir, quiere acumular más poder y estorbar lo no gubernamental; de una política asistencial (a la que no me opongo, per se, sino por su forma) que promueve el clientelismo en vez de fomentar condiciones para el desarrollo; y de una apología a la pobreza, de la cual abreva su discurso populista.
El reto de un nuevo liderazgo es que debe surgir, por ahora, del mismo sistema que tenemos.