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SEP: ¿palabras malditas?

Trascendieron durante la semana algunas declaraciones del director general de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública, Marx Arriaga, quien en su legítima defensa de los planes del área que encabeza, acude a la eficaz construcción del enemigo, para referirse a un universo simbólico que debe ser combatido como parte de este papel histórico al que se siente llamado para transformar a México.

Así, el funcionario habla de la “derecha educativa” y de la necesidad de cambiar los contenidos de los libros de texto gratuitos, pues el actual sistema educativo prepara a “perfiles laborales neoliberales” “con una línea clara hacia una libertad de mercado” y luego completa el cuadro de los temas a combatir: “competencia”, “calidad educativa”, “desarrollo sustentable”, “desarrollo integral”, “desarrollo constante” … “Todos esos conceptos iban hacia un discurso gerencial que lo que hacía era generar una segmentación, una segregación entre aquellos que lograban la calidad educativa, supuestamente calidad, esta competencia, este éxito y todos aquellos que no lo lograban…”.

Como dije, el señor Arriaga está en su derecho de defender su postura, lo que me parece insostenible es que diga que a la SEP no la mueven ideologías. Leyendo entre líneas sus declaraciones y el documento Marco curricular y Plan de Estudios 2022 de la Educación Básica Mexicana, resultan evidentes más símbolos que ideológicamente ven como enemigos: la supuesta intención de “privatizar” el sistema educativo, un “discurso que argumenta las desigualdades sociales, económicas y culturales, sobre la base de cualidades ‘individualizantes’ como son las ‘inteligencias’, ‘competencias’, ‘talentos’, ‘facultades innatas’, ‘dones’, que tienden a ser estandarizadas y objetos de medición para distinguir a unos de otros bajo la lógica de que existen infancias inferiores que fracasan y otras que son superiores y destacan”.

No sé si sea cierto que la SEP busca eliminar palabras como las que he mencionado (en el documento que se difundió no encontré evidencia de esa instrucción), lo que me queda claro es que desean resignificar y combatir (verbo que usan con marcada frecuencia) algunos vocablos, mediante la satanización de expresiones como “capital humano”, y la exaltación de conceptos como “desigualdad social”, “desmantelar la soberanía del Estado-nación para ser sustituido por las reglas del libre mercado y el irrestricto flujo de capitales, desmantelando el estado de bienestar…”. Y no hablemos de meritocracia.

El grupo en el poder busca imponer una ideología, como cualquier otro grupo en circunstancias análogas. Es parte del ejercicio de gobernar. Quienes estamos a favor de la libertad, es decir del liberalismo, en vez de rasgarnos las vestiduras y lanzarnos contra personajes como el señor Marx Arriaga, deberíamos hacer un esfuerzo por entender en dónde están sus preocupaciones (y en algunos casos hasta su rencor), qué es lo que quieren cuidar y tratar de demostrarles que aquello que combaten no es per se malo (sino incluso una forma de conseguir bienestar), como varios principios liberales que hoy son satanizados sin reflexionar que, como argumenta Deirdre McCloskey en su libro Por qué el liberalismo funciona. Cómo los verdaderos valores liberales producen un mundo más libre, igualitario y próspero para todos, ha sido la mala ejecución de los principios lo que ha fallado, los pésimos gobiernos, no los valores liberales per se.

Los fantasmas que se ven de un lado de la geografía política tienen su opuesto. Izquierdas y derechas construyen al enemigo, extreman su postura y se pierden en un diálogo de sordos. Si en vez de tratar de imponer posiciones tratáramos de construir a partir de intereses comunes, dejaríamos de tener a los valores liberales como villanos, o al Estado regulador como un ogro opresor y totalitario, y nos daríamos cuenta de que la desigualdad no es el gran enemigo a vencer en México, sino la pobreza (además, claro, de la impunidad y la corrupción) y que para combatirla necesitamos reconocer que hay partes de nuestro sistema económico, social y cultural que debemos ajustar.

Como dije una vez, México será posible si construimos a partir de la dignidad del otro. En ese reflejo no hay palabras malditas, no debería haberlas.