Supongamos que estás sentado en una silla de tu casa y te pido que te levantes, estires los brazos, agites las manos y grites. No necesito hacer un estudio para predecir que la gran mayoría no lo hará. Imaginemos ahora que estás en un estadio repleto donde comienzan a hacer “la ola” en la tribuna. Sin que nadie te lo pida, lo más probable es que te levantes, estires los brazos, agites las manos y grites. ¿Qué cambió? El comportamiento del grupo te indujo a realizar algo que bajo otro contexto no habrías hecho.
Quienes somos curiosos de la conducta humana acostumbramos decir que el grupo es más inteligente que el individuo. El conocimiento colectivo pocas veces se pone en duda. ¿Por qué dudar si los demás lo están haciendo? Hay veces, sin embargo, donde el comportamiento grupal puede llevar a malas decisiones. Es el caso de la conducta de pánico que se replica en un tumulto y provoca una estampida o la compra masiva de una moneda que termina confirmando el rumor que la precedió: “habrá devaluación”.
Hace un par de décadas Elizabeth Holmes apuntaba a estudiar en Stanford. Escribió en el anuario de la prepa que su sueño era “alcanzar las estrellas”. Años después desertaría de aquella universidad para fundar una empresa, Theranos, que aspiraba al espacio sideral: transformar al mundo con una nueva tecnología de diagnóstico médico de laboratorio a partir de una gota de sangre, a un precio menor que los análisis tradicionales. Como todo jugador disruptivo, la innovación amenazaba con dejar fuera del mercado a grandes laboratorios. La convincente narrativa de Holmes, en una era de prodigios tecnológicos, atrajo a los tiburones. Levantó cientos de millones de dólares de inversionistas como Rupert Murdoch, Carlos Slim, la familia Walton, Tim Draper (primer inversionista en Tesla, Skype, Hotmail), gente con olfato para los negocios. Además, formó un consejo con exsecretarios de Estado y políticos.
Holmes apareció en la portada de las principales revistas de negocios como una brillante y joven multimillonaria. Theranos llegó a ser valuada en más de 9 mil millones de dólares. Uno de sus consejeros, Henry Kissinger, dijo de ella: “es como un miembro de una orden monástica”. Esta veneración le abrió las puertas; dinero llama dinero. Nada más había un pequeño detalle: la prodigiosa y secreta tecnología que proclamaba Holmes no hacía lo que ella afirmaba. Para el 2015 las dudas sobre la veracidad de las promesas de Theranos ya eran del dominio público. En 2018 la empresa fue disuelta y Holmes y otros directivos fueron acusados de fraude. Hace unos días un jurado la declaró culpable. Enfrenta una condena de hasta 20 años por cada uno de los tres cargos que se le imputan, más la reparación del daño.
El caso de Theranos ejemplifica que hay decisiones que tomamos confiados en que alguien más verificó la información. Justificamos racionalmente el que “si tal persona ya compró o invirtió, debe ser bueno”. Esto debería ser una llamada de atención para una sociedad plagada de influencers que hacen recomendaciones a cambio de un beneficio para ellos y en quienes millones de personas hoy confían el desempeño de productos y servicios. Si pensamos que la naturaleza humana, alejada de la ética, es proclive al engaño, nos daremos cuenta de que estamos en una sociedad bajo asedio de la trampa. Vivimos ya en la sociedad de la duda, una forma de defendernos es desconfiar y verificar todo. ¿La credencial de este empleado que me visita será fidedigna? ¿La llamada del banco realmente será del banco? ¿La voz de mi hija es de mi hija? La lista es larguísima.
No sería descabellado tener en las escuelas la clase obligatoria de “prevención de engaños” donde no sólo se enseñe ética, sino también se entrene a niños y jóvenes a detectar y defenderse de embustes. El viejo adagio “demasiado bueno para ser cierto” es más vigente que nunca. Se dice que Edison mintió varias veces antes de encontrar la forma de hacer brillar una bombilla. Quizá a eso aspiraba Holmes y no le alcanzó el tiempo. Muchos de los innovadores han pasado por el clásico: “Fíngelo hasta que lo logres”.
Posverdad, metaverso, realidad virtual, blockchain, criptomonedas y más. El mundo avanza vertiginosamente; para defendernos, nada como volver a la primitiva y muy humana tradición de dudar.