Hace unos años recorrí algunas ciudades de Turquía, lugares con distinta tolerancia religiosa que va desde la flexibilidad de Estambul y Ankara, al conservadurismo islámico de Konya. El día que pernoctaríamos en esa ciudad de la Anatolia Central, nuestro guía hizo un anuncio intrascendente: el dominio musulmán imponía la prohibición de vender y consumir bebidas alcohólicas. Puedo pasar días o semanas sin probar una cerveza, sin embargo, mientras nos acercábamos a Konya, tenía un deseo extrañamente creciente, pensaba en un tarro helado. En el hotel, antes de averiguar la clave del wifi, pregunté si había un lugar para tomar cerveza. Cuando escuché “no”, mi antojo derrotado supuraba gotas como las que escurren de un vaso helado, rebosante de espuma. ¡24 largas horas estaríamos en aquel sitio donde podía tomar todo el té negro que quisiera!
Somos contradictorios. La prohibición incita un misterioso deseo por aquello que se nos niega. Escuché en el podcast “Cracks” (muy recomendable) una entrevista con el escritor argentino Hernán Casciari, donde explica cómo nació su gusto por la lectura. Siendo niño, una tía le regaló parte de su biblioteca. Antes de que pudiera husmear el contenido, su abuelo materno separó los libros en dos grupos, los títulos que el pequeño Hernán podía leer y aquellos ejemplares impropios que deberían ser escondidos para no manchar la infancia del lector en cierne. En ese momento, cuenta el autor de El mejor infarto de mi vida, nada quiso más que conocer aquel material restringido. Como el deseo es una especie de voluntad con turbina, el niño encontró el tesoro. Ahí estaban apellidos apenas pronunciables: Chesterton, Poe, Twain, Conan Doyle. Para fomentar la lectura “hay que guardar las obras completas de Borges en la caja fuerte”, recomienda Casciari.
Y es que el no, seduce. En electricidad se llama reactancia a la barrera que intencionalmente se pone al paso de la corriente alterna. Por Jack W. Brehm conocí el concepto “reactancia psicológica”, el estado mental (y por supuesto emocional) que surge ante la privación (la resistencia) de algo; una amenaza a la libertad del individuo, que provoca esfuerzo por restaurar el deber ser. En otras palabras, mi libertad de consumir cerveza se vio alterada, me nació un profundo deseo por aquella bebida y así restaurar mi visión del mundo. Algunos le llaman psicología inversa.
Me cuenta un amigo que previo al noviazgo con su ahora esposa, vivió la frustración de que, a pesar de que tenía buenos detalles con ella, no había señales de que serían novios. La chica alternaba el interés con la displicencia. “Tu problema es que la tratas demasiado bien”, le dijo una amiga. Cansado de los intentos a su manera, mi amigo empezó a ofrecer resistencia. No asistió al cumpleaños de ella, no le envió el gran arreglo de flores, no le llamó todos los días, no le mostró interés como antes. Ahora, a sus más de treinta años de matrimonio, confiesa: “fue uno de los mejores y más extraños consejos que he recibido”.
Un velero avanza por el no de las velas y el sí del viento. Aunque el principio es fácil de entender, la psicología inversa no es un recurso infalible, mucho depende del tipo de seres con quienes interactuamos. Generalmente, dicen los expertos, funcionará más con personas que tienen alta autoestima. Eva debió tenerla; para los creyentes, somos hijos de la incapacidad de resistir una tentación, o de la seducción del no.
La psicología inversa está más presente de lo que creemos. El antro cuya entrada parece imposible. O cuando en la mesa nos dicen “esto no te va a gustar, no lo pruebes”, no sólo lo paladeamos, decimos “sí me gustó”. Lo mejor que le pudo pasar a la película El crimen del padre Amaro fue que la iglesia católica la prohibiera; ahorró millones de pesos en publicidad. Cuando estamos por hacer una reserva de hotel a través de una plataforma en línea y de pronto leemos “quedan 2 habitaciones” o “6 personas están buscando lo mismo”, aumenta la compulsión por comprar.
El deseo es una ciudad antigua de pasillos sorpresivos y trazos caprichosos; un mundo en el que lo que se opone, aviva; lo disponible e incondicional, apaga. Como el prestidigitador que revela una suerte, me atrevo a pedirles: no difundan esta columna.