Vista desde un ángulo social, la pandemia nos ha restringido el rostro, el propio y el de los otros. La cara, parte básica de nuestra identidad, ha sido cubierta en defensa propia. Algunos, incluso, como el personal de salud, pasan más tiempo cubiertos que con la cara al aire. Recuperar las condiciones de lo que consideramos normal implicará recuperar el rostro. Destaparlo, exhibirlo.
Me llamó mucho la atención una exhibición en el Museo Tate, en Liverpool, en la que Aliza Nisenbaum hizo una serie de retratos del personal del hospital NHS de aquella ciudad, una especie de homenaje a personas que están en el frente de batalla. No sólo me gustó el resultado de la obra, donde la artista usa el colorido como una de sus formas de expresión, sino el proceso. Antes de pintarlos conversó cara a cara, desde una pantalla, con cada uno de los retratados, escuchó sus historias y anécdotas, sus sueños, miedos y frustraciones, hizo un retrato hablado y luego los plasmó con la magia de su pincel. Aliza ya había hecho algo similar, aunque presencial, con los trabajadores del Metro, en Londres. En una entrevista que le hicieron afirma que busca dar rostro a grupos marginados o subrepresentados socialmente. Deseé profundamente conocer a esta mujer, parte artista, parte activista social.
Aliza Nisenbaum es orgullosamente mexicana, triunfadora en el extranjero, su obra se exhibe en varios museos del mundo. Tuve la oportunidad de charlar con ella esta semana, traté de develar sus motivaciones e influencias, a partir de ahí la osadía de este retrato hablado.
Inspirada en la filosofía de Emmanuel Lévinas, para quien tener el rostro del otro frente a uno genera un sentimiento de compromiso, Aliza ve que la ética y la forma no están separadas. De Tania Bruguera aprendió que el arte puede tener un impacto social, no sólo se trata de hacer objetos. De pronto sentí que estaba frente a una antropóloga, que además pinta. En sus proyectos hace (lo que por cierto deberían emular empresarios y directivos, principalmente los de marketing, que idealizan conocer a sus clientes) una inmersión a la comunidad, convive con ellos, los observa, escucha, entiende. Les da rostro no porque los pinte, sino porque los descubre y encuentra. Dos verbos profundamente ansiados estos meses de pandemia.
Cuando habló con los trabajadores de la salud del NHS, no sólo registró el ancho de su frente, la expresión de la mirada o el perfil de su quijada; registró su humanidad. El enfermero le dijo que un día antes de graduarse, murió su madre. El portero le habló de cada brindis que hacía cuando llevaba un difunto a la morgue del hospital. El médico le confesó que ponía su mano sobre el piso de su cocina o diferentes telas, para sentir una textura en sus manos, luego de cuatro meses en los que no ha podido tocar, piel a piel, a otra persona. Otros le contaron que sus hijos rogaban para que no fueran a trabajar. En el trabajo final de Aliza, estos pasajes están representados con objetos que acompañan la escena, claves inspiradas en la intimidad de las charlas.
Para retratar a los trabajadores del Metro, tuvo su estudio bajo la tierra, donde acompañó a los sujetos en su cotidianidad, usó sus baños, percibió el olor del underground, escuchó los mismos ruidos. Su ejemplo de abordar un proyecto con profundidad y con visión por el otro debería inspirarnos. En Queens, Nueva York, retrató comunidades de mexicanos y latinoamericanos, no sólo los escuchó, les dio clases de inglés. Una de esas familias, posteriormente, pudo salir de un apuro económico gracias a la venta de uno de los cuadros de Aliza. “Quiero que los grupos que pinto tengan una ventaja de la obra”, me dijo.
Estoy seguro de que en México tenemos muchas de estas historias, no sólo de parte de los médicos y trabajadores de la salud que han sido tan exigidos estos tiempos, también de miles de mexicanos que han sido la diferencia para los demás. Recordar este ángulo del rostro humano debería darnos aire para seguir adelante.
En la intimidad de un taller de Los Ángeles, una mexicana de cabello rizado convierte colores en sentimiento. Es más que pintar y crear objetos; hace lo que estamos llamados a hacer para sobrevivir: reconocer al otro, retratarlo. Recordar que estamos hechos de piel.