Hay libros cuya relectura tiene la magia del recalentado, ese misterioso proceso que hace que el bacalao sepa mejor al siguiente día. En algunos ejemplares, las ideas mejoran con el tiempo, quizás uno las ve con los ojos del camino andado, eso que llamamos experiencia.
Frans Johansson escribió El efecto Medici: lo que los elefantes y las epidemias nos pueden enseñar sobre innovación (2006), cuyo planteamiento es: cuando te paras en la intersección de distintas disciplinas o culturas (vamos, formas de ver el mundo), puedes combinar conceptos existentes en nuevas ideas valiosas. El autor evoca el patronazgo de la poderosa familia florentina que, a través de provocar la intersección de astrónomos, artistas, Papas, arquitectos, militares, religiosos y quién sabe cuántos más, hicieron de su ciudad un epicentro creativo, hasta la fecha una de las épocas más fructíferas y deslumbrantes de la historia, el Renacimiento.
El efecto Medici es entonces una referencia a que el aprovechamiento de la diversidad es potencialmente rico para los individuos, las culturas y las organizaciones. No es casual “la magia” que ocurre cuando hay cruces culturales. San Miguel de Allende y San Cristóbal de las Casas son dos ejemplos de lo que sucede cuando se mezcla lo local con lo extranjero. La “comida fusión” es otra muestra de ello; cuando las personas viajan, aprenden y se entretejen con culturas y tradiciones hasta ese momento ajenas, solo así entendemos el origen de una lasaña al mole o la esencia de un tiradito peruano-japonés.
Una intersección conlleva riesgo, algo hacia lo que el ser humano tiene aversión. Es mucho más fácil seguir tu propia trayectoria (creencia) que pararte y adoptar la intersección de otra trayectoria (otra creencia distinta a la tuya). Las personas no somos, por naturaleza, buenas para evaluar racionalmente riesgos, el factor emocional inclina la balanza. Esto explica por qué una mayoría poblacional puede tomar decisiones de voto durante una elección, que otra parte de la población califica como irracional. Aun y cuando se pudieran demostrar racionalmente las probabilidades de un resultado, se hacen decisiones irracionales, el lado emocional termina por imponerse, frecuentemente gracias al miedo.
Johansson cita a Peter Bernstein, autor de Contra los Dioses: la notable historia del riesgo, sobre una anécdota en Moscú, asediada por el bombardeo alemán de la Segunda Guerra Mundial. Un distinguido profesor de estadística decidió guarecerse en uno de los refugios antibomba, luego de muchos días de bombardeo en que no lo había hecho. Su lógica era: “Hay 7 millones de personas en Moscú, ¿por qué esperaría que me hirieran a mí?”. Al verlo en la guarida, sus amigos le preguntaron por qué había cambiado de idea, él respondió: “Hay 7 millones de personas en Moscú y un elefante. Anoche mataron al elefante”. Moraleja: ante la (supuesta) duda sobre su efectividad, usamos cubrebocas, aunque algunas autoridades pongan el ejemplo contrario.
Hay una intersección extraordinaria, ajena al libro de Johansson. Se dice que, al llegar a ser CEO de Coca Cola, Roberto Goizueta enfrentaba el reto de crecer el negocio donde aparentemente no había espacio para hacerlo: la marca lideraba, por mucho, la categoría. Directivos bajo el cubano estaban cómodamente instalados en la soberbia “la marca se vende sola” (recordar aquí el “gobernar no tiene chiste”). Goizueta lanzo una provocación: “¿en qué negocio estamos?”; la respuesta fue unánime: “en el negocio de bebidas gaseosas”. Inconforme, Goizueta buscó la intersección. Pidió que le dijeran cuál era el consumo humano per cápita de líquido en el mundo, y luego cuál era el porcentaje que Coca Cola cubría. Resultó que la famosa bebida cubría apenas una mínima parte de los 2 litros diarios de líquido de una persona. Ahí encontró la intersección: “¡Estamos en el negocio de los líquidos para el cuerpo, tenemos mucho por avanzar!”, y así es como la compañía comienza a vender agua, tés, bebidas energéticas, jugos, café, entre otras.
Vivimos tiempos de riesgos y cambios donde la creatividad humana está a prueba. Al cimbrarse “la normalidad” se avizoran nuevas posibilidades. Como cuando te las tienes que ingeniar para hacer de comer con lo que hay en el refrigerador. Huele a intersecciones.