Toda pandemia es un documento para el futuro. La actual emergencia sanitaria y otras del pasado dejan aprendizajes sobre el comportamiento humano, esto es, la forma en como percibimos la realidad y las decisiones que tomamos. ¿Hacemos lo que están haciendo los demás o vamos a contraflujo?, ¿le creemos ciegamente al líder político por el que votamos?, ¿ahora más que nunca aprovechamos para denostar al gobernante que siempre hemos visto con animadversión?, ¿qué implicaciones tiene todo esto en nuestra salud?
La ideología puede ser un virus letal. En uno de los episodios más inauditos que hemos visto durante estos días, tenemos que agradecerle al gobernador de Puebla su claridad mental para exhibir, sin filtro, quién es y cómo piensa. A su declaración de que ante la pandemia “los pobres estamos inmunes”, no le encuentro referencia ni siquiera en el oscurantismo medieval, pues en su momento, y a pesar del limitado avance científico de aquella época, enfermedades devastadoras como la peste bubónica fueron consideradas amenazas sin distinción racial o de posición económica. La declaración de Miguel Barbosa es potencialmente criminal, particularmente entre sus seguidores (quienes no lo somos, tenemos inmunidad a barbaridades de tal tamaño).
Durante la gripe porcina H1N1 de 2009, se estima que murieron en el mundo cerca de 400 mil personas. Según el Centro para la Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos, el virus infectó, en ese país, a 60 millones de individuos, de los cuales 274 mil fueron hospitalizados y 12,469 fallecieron. Luego de un análisis, se observó un patrón: hubo más muertes en los estados considerados republicanos. Conviene recordar el contexto. Barack Obama despachaba en la Casa Blanca, sus adversarios políticos descalificaron sus medidas preventivas como una forma de minar su capital político. En cadenas como Fox News se escucharon opiniones de analistas que pedían hacer justo lo contrario a lo que recomendaba la administración Obama. El mismo Donald Trump advertía que la vacuna podría ser muy peligrosa.
Los ciudadanos empezaron a razonar qué harían, vacunarse o no. Su ideología inclinó la balanza, “tomaron partido”. Los simpatizantes demócratas se vacunaron más que los republicanos, lo que para muchos expertos explica que la enfermedad tuviera efectos más adversos en estados con esa inclinación política.
La tribu encima del individuo. Quizá una de las mayores enseñanzas que estamos viviendo es que son más efectivos los mensajes donde se involucra el interés colectivo, que donde se hace una invitación a actuar por interés individual. Así, es más poderoso hablar de “si sales de casa expones también a tus familiares queridos” a “cuídate, no salgas por tu bien”. De alguna forma nuestro instinto gregario privilegia la manada. Por eso funcionan las iniciativas colectivas altruistas. La fuerza tribal opera también en sentido opuesto. Es así como de pronto el individuo sigue ciegamente a la tribu, aunque no entienda (por ejemplo, las compras masivas de papel higiénico), deduce que los demás saben algo que él no conoce y por ende más le vale actuar como los demás.
Aún falta mucho por aprender de esta pandemia, no sólo en materia biológica, también desde la psicología y la sociología. Conviene mirar fenómenos similares del pasado, por ejemplo, la crónica de la peste negra de Giovanni Boccaccio en su Decamerón, donde retrata el miedo, la angustia, la putrefacción de la vida en aquel funesto 1348; las creencias, físicas y metafísicas, con las que la gente esperaba no enfermar o curarse (en esencia no muy distintas 672 años después). Destaca que, pretendiendo evitar a las ratas (asociadas a la enfermedad), algunos huyeron de la ciudad al campo, donde incluso hubo más mortandad (no más muertos). Supuestamente (se supo siglos después) la causa de la peste fue una bacteria transmitida por la pulga que habitaba en la rata (no por ésta). Al haber menos ratas en el campo que en la ciudad, las pulgas buscaron humanos que habitar. Errar siempre ha sido humano, aunque ahora es imperdonable tener mentalidad premedieval.
“Y así como el final de la alegría suele ser el dolor, las miserias se terminan con el gozo que las sigue”. Boccaccio escribió para el futuro.