¿Recibirías dinero para que atropellaran a tu hijo? O tú, joven que no tienes hijos, ¿pagarías para que atropellaran a tu madre? La respuesta parece obvia; detrás, sin embargo, hay temas más complejos. Partamos desde otro lado. Hoy sabemos que, si desaparecieran las abejas, la humanidad estaría en serios problemas alimenticios. Estos insectos, particularmente la variedad europea o abeja melífera (la que produce miel), desarrollan una labor polinizadora para una gran cantidad de plantas, frutas y vegetales; sin la colaboración de estos pequeños aliados, habría un desequilibrio en el ecosistema y su consecuente impacto para el ser humano.
Entender que no hay que matar abejas no es suficiente. La causa de la disminución en la población de estos insectos abarca la destrucción del hábitat (tala inmoderada), uso de agroquímicos agresivos para las abejas, la contaminación del ecosistema, el cambio climático, entre otros. Es decir, hay una cadena de causa-consecuencia que no es evidente para todos.
Volvamos a las preguntas de inicio. Imaginemos que Juan va a renovar su licencia de manejar. No tiene buena vista y no usa lentes, reprueba el examen de la vista. Por una “mordida” le ofrecen pasar por alto el asunto de la visión y le dan su nueva licencia. Un mal día, en la penumbra del atardecer, Juan no vio a la señora cruzando la calle, la atropella y la mata. La víctima resulta ser la mamá de la persona que aceptó la gratificación para expedir una licencia de manejar a quien no debieron habérsela dado. Hay una causa y muchos efectos que en apariencia no están conectados, aunque lo están, como las abejas y los alimentos.
¿Cuál es el porcentaje de solicitudes de licencias de manejar que se rechazan en tu ciudad? ¿Qué tan difícil es pasar el examen? El dato podría ser un indicador de la cultura vial (o de lo bien que hacen su tarea las autoridades correspondientes) y éste, del tipo de sociedad de la que eres parte. Cuando uno ve, al transitar, la cantidad de infracciones y malas maniobras que se cometen, queda más que claro que hay muchos conductores que no deberían tener el privilegio (concedido por el Estado) de manejar. El uso de la simple señal direccional para cambiar de carril es un botón de muestra. Ya no hablemos de lo que hacemos cuando escuchamos una sirena de una ambulancia o la forma en como rebasamos en carretera. ¿A cuántas personas conoces que en México les hayan retirado el privilegio de tener una licencia de manejar? ¿Nos extraña entonces que vivamos rodeados de impunidad en temas de mayor calado?
En algún momento de nuestra vida educativa deberíamos recibir no sólo clases de ética y civismo, también de lo que es un sistema y las causalidades. Desde niños deberíamos entender que nuestras acciones tienen consecuencias que no vemos en forma directa, consecuencias que, como la piedra que aventamos al cielo, eventualmente nos alcanzan.
Ser mejor ciudadano, mejor persona, pasa por entender que la causalidad (relación que existe entre dos o más elementos donde un cambio en uno de ellos provoca cambios en el otro) es fundamental para interpretar el mundo que nos rodea. Tomamos decisiones a partir de cómo damos significado a las acciones cotidianas. Si empezamos a relacionar “mordida para tener mi licencia” con “poner en peligro de muerte a mis seres queridos”, el razonamiento costo-beneficio de ser corrupto se modifica. Entender de causalidad es aceptar la dependencia que tienen mis acciones sobre los demás. Habría entonces personas más empáticas.
La cinta Skin, ganadora al Óscar como mejor cortometraje de acción en 2019, describe brutalmente la consecuencia inesperada en una familia neonazi que inculca a su hijo el uso de las armas y el desprecio racial. Historias como ésta deberían ser parte de la educación en causalidad que deberíamos tener. Cuando nos enteramos de tragedias en los colegios, ataques con arma de fuego por parte de niños o jóvenes, increíbles de creer, estamos viendo un punto en la ruta de la causalidad, que muchas veces no es lineal. Rastrear la pista causa-efecto nos llevaría a puntos de partida donde no hubiéramos creído que tal acción detonaría una propagación de más causas-efectos.
Te lo digo, Juan: la próxima vez que des una “mordida”, estarás desatando una consecuencia inesperada.