Es martes, Sofía circula en su automóvil por una transitada avenida de Zapopan; por la maniobra de un camión tiene que frenar de súbito, el automóvil que viene detrás de ella, quizá demasiado cerca, la golpea. La chica le pide al otro conductor que se muevan de ese punto, considera que es riesgoso para ambos. Él la sigue con actitud muy hostil, ella se orilla en un estacionamiento contiguo donde hay gente, tiene miedo. Trata de explicarle que no pretendía huir, es inútil, el tipo baja de su auto de lujo, colérico, rabioso, iracundo, comienza a insultarla mientras patea el automóvil de la mujer en repetidas veces; fuera de sí, le arroja al cuerpo el café que traía en la mano. Ella está en crisis, tuvo el temple de grabar el suceso de modo que miles, tal vez millones, fuimos testigos de esta cobarde agresión que se convirtió en #LordCafé.
Lo que sucede a continuación es digno de un capítulo de Black Mirror. Sofía comparte el video y su testimonio en sus redes sociales. Se propaga como rumor en fuga. Alguien identifica al agresor como directivo o dueño de un restaurante de antojitos mexicanos. El restaurante emite un comunicado público (error) donde asume que es de su conocimiento la conducta impropia de uno de sus colaboradores. El tiro sale por la culata. Pronto las redes explotan en indignación y furia, empieza un linchamiento público no sólo contra el individuo que recibe toda clase de adjetivos mordaces, también (injustamente) contra el comercio, que ni la debía, ni la temía.
#LordCafé se vuelve tendencia en la aplicación de los trinos digitales. Medios y noticieros hacen eco. El agresor escapa de las redes como cucaracha bajo ataque del insecticida. Es demasiado tarde, las redes, convertidas en abejas africanas, le ponen nombre al rostro, se exhibe incluso el presunto domicilio. Las embestidas caen como alud sobre el restaurante. Se convoca al boicot. Como en la quema de brujas, hay quien propone una marcha para patear las sucursales del negocio.
Steve Mann acuñó el término Sousveillance para contrastar con Surveillance. Mientras que éste remite a la supervisión de lo que se mira desde arriba, aquel evoca la óptica desde abajo, a nivel pedestre, es decir, el individuo que desde la banqueta social observa y registra lo que sucede. En otras palabras, el ciudadano pasa de ser observado a ser también observador. El panóptico se invierte. La tecnología ha dado a las personas un poder inédito. Una autodefensa efectiva, que bajo las circunstancias imperantes en México, es también un soplo de esperanza, de justicia, de combate a la impunidad. Esta capacidad social es como un gran cuarto oscuro donde salen a la luz eventos que de otra forma no conoceríamos. Sucesos que tendrían un final distinto: nunca habría un #LordCafé, ni indignación social, el tipo negaría los hechos y tal vez daría una mordida a alguna autoridad, la víctima se iría a su casa doblemente humillada.
El Sousveillance ha hecho posible que Sofía presente denuncias por agresión de género y por daños, en la Fiscalía de Jalisco. La solidaridad, la oportunidad y la creatividad no estuvieron ausentes. Un taller automotriz ofreció reparar, sin costo, su auto; una lavandería dijo que le quitará las manchas del café de su ropa, y más propuestas que Sofía ha agradecido y rechazado, con el argumento de que nada más quiere justicia y que se actúe para que ninguna otra mujer sufra este tipo de vejaciones.
Por lo que respecta al agresor, ha tenido una dura y merecida lección. Supuestamente manifestó públicamente su arrepentimiento y su disposición para recibir ayuda profesional (¡bravo!). Ya lo condenamos, varios miles lo lapidaron, ahora tenemos que ayudarle a rescatarse. Pienso en su familia, quizá tenga hijos, esposa, personas cercanas que no merecen cargar con una culpa ajena. El negocio de generaciones tampoco debe pagar los platos rotos.
La agresividad social, y particularmente la violencia de género, tienen que disminuir si aspiramos a una mejor sociedad. El agresor debe enfrentar las consecuencias legales de sus actos: pagar las terapias psicológicas de Sofía y los daños materiales. México está urgido de casos donde se aplica la ley, no donde se aniquila a un ser humano. No entender esta diferencia nos pone en el mismo nivel de aquello que condenamos.