Le pregunté al capitán de meseros en un restaurante parisino si alguna vez había estado en México, dijo que no. Le pedí que me dijera cuál era la primera palabra que se le venía a la mente al escuchar “México”. No lo pensó ni un segundo, de sus labios salió una puñalada: “peligroso”; sentí la necesidad de reivindicar a la patria, ¿cómo?, ¿diciéndole que son noticias falsas lo que se escucha de México? Simplemente dije que el país tenía otros lados para voltear a ver.
Los terribles acontecimientos en los que masacraron inocentes, en el norte de México, más el fallido operativo en Culiacán y la señal de un gobierno federal reculando ante el crimen organizado, son mensajes hacia el mundo que desalientan el turismo y la inversión, pues la seguridad (personal y jurídica) en nuestro país es vulnerable. Tenemos, gobierno y sociedad, la tarea y la responsabilidad de hacer algo para mejorar la imagen de México.
En Israel existe la palabra Hasbará, o “diplomacia pública”, para nombrar a las diferentes acciones que tanto gobierno como sociedad hacen para fomentar la imagen de ese país en el mundo y explicar las políticas de su gobierno. Hasbará literalmente quiere decir explicación, esclarecimiento. Entiendo que existe toda una estructura gubernamental que coordina las acciones de este esfuerzo. Algo así necesitamos los mexicanos, desde México y desde cualquier parte del mundo (y no será la Secretaría de Turismo, y menos la de Gobernación, quienes lo hagan). El posicionamiento de México ha pasado del tequila y el mariachi al narcotráfico, la violencia y la inseguridad. No se trata de armar una escenografía, requerimos acciones reales de cambio.
Recupero la campaña de la que he hablado antes, “Hoy di algo bueno de México”, como una forma de ver lo positivo y construir desde ahí. Para esto es necesaria una visión de país que hoy no veo desde la autollamada Cuarta Transformación. Aún así, los ciudadanos no podemos quedarnos cruzados de brazos a la espera de que el gobierno todo lo solucione. En medio de este panorama, por momentos desolador, podríamos intentar aumentar nuestro nivel de felicidad. No es broma.
Atestigüé la intervención de Tal Ben-Shahar, profesor de psicología positiva en Harvard (el curso más popular de esa universidad), en Ciudad de las Ideas, el festival de mentes brillantes que Andrés Roemer ha consolidado desde Puebla (y que debería ser un elemento de divulgación hacia el mundo para que vean que nuestro país no está en llamas y que si tantos extranjeros vienen de ponentes, es por algo. Es la misma estrategia que el visionario José Galicot tuvo con Tijuana Innovadora, que ciertamente le cambió el rostro a aquella ciudad fronteriza). Ben-Shahar dio una breve cátedra para ser más felices. Primero, hay que permitirse ser humanos, esto es, aceptar que experimentamos emociones negativas (como la envidia, el miedo). “Permitir el sentimiento de infelicidad es la base para sentir felicidad”, pues la emoción negativa no nos hace malos, sino la respuesta a ello.
En segundo lugar, está la forma en como reaccionamos al estrés. Ante una vida tan acelerada como la actual, los niveles de ansiedad y estrés han aumentado, esto no es per se malo, sino la falta de recuperación ante el estrés. Y propuso 3 niveles de recuperación: el micro: pausas frecuentes de minutos de relajación cada ciertas horas; el mediano: el sueño, medido en horas, y el macro: las vacaciones, medidas en días o semanas. Y finalmente, como tercer elemento para aumentar la felicidad, mencionó las relaciones humanas, ¿y que creen?, destacó a México como un país donde el trato humano es de lo mejor. Ayer mismo había escuchado a mi buen amigo Juan Raúl decirme: “¿has notado que los conductores en Guadalajara son más amables con el peatón y con otros automovilistas?”. Pensé que era nada más mi percepción, en realidad sí está sucediendo.
Necesitamos ciudadanos rebeldes ante la desgracia y el pesimismo, necesitamos construir país alrededor de nuestros diez metros más cercanos, mostrando la amabilidad y la generosidad con la que el mundo alguna vez nos ha conocido y reconocido. Esto no acabará con los grandes problemas nacionales, nos dará, sin embargo, la posibilidad de mejorar nuestro entorno inmediato, nos pondrá frente a la osadía de querer ser felices.