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Dos extremos

Nos balanceamos entre dos extremos peligrosos, dos formas de gobernar que, lejos de crear un ambiente de confianza, socavan el mejor ánimo y enturbian el panorama. Curiosamente los dos opuestos provienen de la misma fuente, la autoproclamada Cuarta Transformación, que está resultando como esas fiestas donde con antelación se avisa que será la más divertida de todas e inicia con la carga probatoria que le hace verse forzada a entretener a toda costa a los invitados, en vez de esperar a que lo divertido fuera una consecuencia de las acciones y no un adjetivo forzado y premonitorio.

Por un extremo tenemos ausencia de autoridad donde somos testigos de lamentables transgresiones a la ley que son permitidas por el gobierno. Ahí está el caso de las casetas de carretera que son tomadas por civiles para cobrar derecho de piso, un robo al Estado que es tolerado sin que aparezca La Ley, esta figura emblemática a la que se le ha perdido el respeto, generando una impunidad rampante. Es justo mencionar que estos actos delictivos ya existían en gobiernos anteriores, pero también es imperativo señalar que ahora hay más señales adversas que apuntan al mismo sentido, como si el gobierno estuviera decidido a mostrar que no hay autoridad ni Estado de Derecho.

Como muestra están las gravísimas faltas de respeto por parte de civiles hacia las Fuerzas Armadas donde se les ningunea, se les amedrenta y sobaja en un acto que no es nada más dañino y doloroso por lo que es, sino por lo que significa: vacío de autoridad, ¡viva la anarquía!, aquí nadie es castigado por cometer delitos. O qué me dicen de la joya de declaración del comisionado del Instituto Nacional de Migración que, ante las quejas de los miembros de la Policía Federal por sus condiciones laborales, los señala de Fifís porque “quieren hotel y bufet”. El acto del presidente de la República donde hace un reconocimiento a los soldados maltratados por civiles me parece un burdo intento por significar como plausible algo que, bajo las condiciones de una abrumadora cultura de ilegalidad que vive México, es totalmente reprobable. ¿Qué pensarán en privado los militares de alto rango?

Ausencia de autoridad generalizada cuando los policías viales se resignan a no infraccionar a ciudadanos que cometen toda clase de faltas. No se castiga a quien se pasa el alto, no se castiga a quien se estaciona en lugar prohibido, no se castiga a quien circula sin luces encendidas durante la noche. Simplemente en México parece que nada se castiga y que la calle, lejos de ser el territorio formativo, es la escuela de la ilegalidad, la semilla de la corrupción e impunidad. Basta con ver los “diablitos” para robarse la luz, no pasa nada. Urge un régimen de consecuencias que ponga orden, pero para ello necesitamos una autoridad que no aparece.

Y en el otro extremo la arbitrariedad selectiva. El exceso de poder que en un desplante ególatra, caprichoso, se burla del país al tomar decisiones con consultas a mano alzada en mítines, donde pareciera que están representados todos los intereses del pueblo, donde con un puñado de manos que responden a la voz manipuladora (como lo sucedido en días pasados en Gómez Palacio que hizo que se cancelara la obra en proceso del Metrobús) echan a la basura un proyecto de trascendencia regional. ¿Y los estudios técnicos?, ¿y las razones de quienes apoyan la obra?, ¿el dinero invertido?

En este extremo de la arbitrariedad selectiva veo un profundo desprecio por parte del Presidente a los estudios técnicos de movilidad, no sólo en México sino en otras partes del mundo, que avalan el sistema de Metrobús como una forma eficiente para solventar la movilidad urbana (claro, en contra de los intereses de concesionarios tradicionales). Pero también veo arbitrariedad al despreciar lo que sucede en el mundo y tiene impacto para México. Y qué decir del amago en contra de las personas que, en uso de su legítimo derecho a defenderse mediante un amparo, son amedrentadas por la persona de más alto cargo público en el país por oponerse a su voluntad.

Mientras observo el vaivén entre estos dos extremos, ausencia de autoridad y arbitrariedad selectiva, me asalta una pregunta infantil: ¿habrá acaso alguien que le haga ver al Emperador que va desnudo?