El presidente López Obrador es un hombre letrado a quien no sólo le gusta demostrar su conocimiento de la historia, particularmente la de México, sino que además parece tener una inteligencia innata para comunicarse con el ciudadano común (de ahí buena parte de su popularidad y empatía con la gente). Lo vemos en sus dichos populares que son vitoreados por las multitudes, expresiones coloquiales que arrancan la sonrisa, el aplauso y la algarabía. Recientemente expuso (sin saberlo, quizá) una clase de cómo deben nombrarse las marcas (en inglés el proceso se llama naming y es uno de los que requieren más habilidad, creatividad y estrategia dentro de las agencias de publicidad) al bautizar como “Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado” en lugar del nombre técnico que usaba el rigor legal de “extinción de dominio”. Más allá de estar de acuerdo o no con él, el mandatario tiene esta habilidad.
Como donde hay montañas existen valles, el Presidente recientemente tropezó al decir que México fue fundado hace 10 mil años. En días posteriores volvió a errar sus cálculos al afirmar que el hombre en América tenía una existencia de “5 a 10 mil millones de años”. Surgieron las burlas y las correcciones serias demostrando que el Presidente equivocó las cuentas. Esto abre camino -por las implicaciones que tiene- a una pregunta seria: ¿Es el presidente de México un hombre anumérico?
Hace algunos meses en este mismo espacio escribí “Anumerismo”, donde expongo lo que John A. Paulos ha escrito en El hombre anumérico: el analfabetismo matemático y sus consecuencias: “El anumerismo o incapacidad de manejar cómodamente los conceptos fundamentales de número y azar, atormenta a demasiados ciudadanos que, por lo demás, pueden ser perfectamente instruidos”. Me queda claro que ser anumérico no es impedimento democrático para ostentar el cargo de mayor responsabilidad pública en el país, pero al ser la integridad del Presidente, su condición de salud, su estabilidad mental y emocional un tema de seguridad de Estado, también deberíamos saber si tenemos un Presidente anumérico. Importantes decisiones que el gobierno de la llamada Cuarta Transformación ha tomado son adversas al país cuando se les analiza numéricamente. Entiendo que la política tiene una lógica distinta a la aritmética, pero las consecuencias importan.
Paulos cita a Tversky y Kahneman con un ejemplo de anumerismo irracional: “Imagínese que es un general rodeado por una fuerza enemiga abrumadora que aniquilará su ejército de 600 hombres a menos que se decida por tomar una de las dos posibles vías de escape. Sus espías le dicen que si toma la primera salida salvará a 200 soldados, mientras que si se decide por la segunda hay una probabilidad de 1/3 de que los 600 consigan salvarse y una probabilidad de 2/3 de que no lo consiga ninguno. ¿Qué haría usted? La mayoría de la gente (tres de cada cuatro preguntados) elige el primer camino, pues de este modo es seguro que se salven 200 vidas, mientras que por el segundo camino hay una probabilidad de 2/3 de que haya más muertos. De momento no hay nada que objetar. Pero ¿y este otro problema? Usted vuelve a ser el general que ha de decidir. Y le dicen que si elige la primera es seguro que perderá 400 soldados, mientras que si toma la segunda hay una probabilidad de 1/3 de que ninguno muera y una probabilidad de 2/3 de que caigan todos. ¿Qué ruta elige usted? La mayoría de la gente (cuatro de cada cinco) opta por la segunda, justificando su elección en que la primera de ellas lleva a 400 muertes seguras, mientras que por la segunda hay una probabilidad de 1/3 de que todos se salven”.
Dos preguntas idénticas y dos respuestas distintas. La forma de plantear el asunto es la clave. ¿Cómo le plantearon al Presidente los números para evaluar decisiones trascendentes como la conveniencia de hacer el Tren Maya, la refinería en Dos Bocas, vender el avión presidencial, la cancelación del NAIM? ¿Lo entendió? ¿Si se lo hubieran planteado en términos de equivalencia en programas sociales hubiese decidido distinto?
No tengo duda de las buenas intenciones de AMLO, preocupa sin embargo que (salvo excepciones, como la de Germán Martínez) nadie en su equipo le pueda decir “Yo tengo otros números”.