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Trampantojo mexicano

¿Es posible mirar algo y no verlo?, ¿es posible ver algo que en realidad es otra cosa? Tal vez un mago te haya sorprendido, ese momento en que mientras aplaudes no puedes dar crédito a lo que acabas de ver, ¿o debería decir, a lo que crees que acabas de ver? Es posible que hayas quedado impresionado con alguna pintura donde el artista manipuló la percepción.

Ser un buen mago requiere dominar el arte de captar la atención y la conciencia. Las ilusiones cognitivas van de la mano de las visuales; para la gran mayoría de las personas el mundo se percibe por los ojos. Pensemos en un bodegón (betriegerje, “pequeño engaño”, en holandés) donde el artista ha moldeado la profundidad y la distancia: los higos parecen salir del cuadro y la naranja partida escurre una gota.

Los pintores renacentistas fueron maestros en engañar al ojo, dieron a un lienzo plano la posibilidad de ser más. Esta técnica se llama trampantojo (la trampa ante ojo). En la iglesia de San Ignacio (Roma) Andrea Pozzo pintó sobre el techo plano una cúpula con tal perspectiva que los visitantes que no son advertidos piensan que es real.

La manipulación de la realidad ha sido materia no sólo de magos y pintores, también de arquitectos. Francesco Borromini hizo, en el Palazzo Spada, que un salón de apenas 8 metros pareciera de 37. Hoy en día el trampantojo crea realidades en la calle, sobre los muros o fachadas de edificios, donde aparecen ventanas y personas que no existen, cielos que nacieron en un pincel, corredores profundos que sólo viven en la retina. Todo esto maravilla, son engaños gozosos.

He pensado que hay una corriente de trampantojo mexicano. La mayoría de nuestros políticos son maestros en sustituir la realidad, intensificarla o desaparecerla. Dominan a la perfección las bases del trampantojo. Tristemente también los ciudadanos somos así. Nuestra cultura (léase nuestra forma de ser) tiene una rica tradición en usar la simulación como canal de navegación. Nuestro uso de diminutivos es una muestra: “nomás tantito” puede ser lo más parecido a la eternidad. Simulamos intenciones, maquillamos cifras, ocultamos motivos. El trampantojo mexicano no es exclusivo de políticos, pero duele más cuando viene de ellos.

El trampantojo mexicano alimenta la corrupción. Por ello las iniciativas de transparencia, como la Ley 3 de 3, apuntan a terminar con el engaño. Los ciudadanos estamos llamados a luchar contra el trampantojo apoyando a políticos honestos con voluntad de ejercer la ley y acabar con la impunidad. Son de festejarse iniciativas como la del alcalde de Zapopan, Pablo Lemus, que ha presentado una denuncia de juicio político contra el magistrado del Tribunal de lo Administrativo del Estado de Jalisco Alberto Barba Gómez, quien arrastra un historial de controversiales decisiones en materia de permisos de construcción y similares, muchos de los cuales atentan contra la integridad física y patrimonial de las personas. Un magistrado que simula estar a favor de la ley atenta contra el Estado de Derecho. ¿Cuántos gobernadores, jueces, agentes del Ministerio Público y más dominan el trampantojo?

Y así más ejemplos, desde la “verdad histórica” hasta cotidianidades, fractales de un país. Me enteré de un empleado de una licorería que vende alcohol a menores de edad, ambas partes lo simulan. También supe de dos jóvenes en Guadalajara que fueron a sacar su licencia a la Secretaría de Movilidad, uno siguió la ruta “normal”, el otro usó un “coyote”. ¿Quién creen que no hizo examen de manejo y tuvo licencia de chofer?

El trampantojo, la simulación que jugamos en México, es una forma de autosabotaje. Es como arrojar una piedra al cielo, tarde o temprano cae. ¿Qué tal, magistrado Barba, que un miembro de su familia sea víctima de la negligencia de alguien que no debería tener licencia de manejar?, ¿qué tal que suceda un siniestro en una de las gasolineras que usted ha apoyado y que se encuentran cerca de escuelas o bajo condiciones que la ley prevé como impedimento?

La simulación y el engaño deben aplaudirse nada más en la magia y en el arte. Imponer una cultura de legalidad en México implica encarcelar a los corruptos y multiplicar ejemplos donde triunfa la ley, rebelarnos ante la pintura donde vemos que triunfa la ley.