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Soy tu primera corrupción

¿Cuántas mentiras aguanta un país?, no tengo la respuesta. Los mexicanos aguantamos muchas, es más, no solamente las aguantamos, también las creamos; mentir llega a ser una forma de navegar en nuestro sistema cultural, a veces como fórmula de cordialidad, donde un “nos hablamos” es el limbo donde no hay culpables; a veces para conseguir una ventaja en segunda fila: “permítame estacionarme aquí, no tardo nadita” (en México todo diminutivo es sospechoso).

¿Qué tal si sustituimos la palabra mentira, por la palabra corrupción? Las mentiras y la corrupción acortan camino, son atajos que favorecen al abusivo en perjuicio de los demás y en beneficio de un tercero. En el fondo, una mentira corrompe el sistema. El hijo que reiteradamente miente en la familia, el empleado que roba “un poquito”, son actos corrosivos. El vendedor de una empresa que da una “gratificación” para quedarse con un contrato, el comprador que la recibe, simulan, engañan, son mentirosos, son corruptos.

En México, al menos en discurso, estamos hartos de la corrupción, deberíamos entonces estar hartos de la mentira, de la transa y del fraude, que son lo mismo. Tenemos estadísticas sobre la edad en la que se inicia el consumo del alcohol, drogas, vida sexual, pero no he visto datos sobre la edad en la que se comienza a mentir.

“Robi dijo la primera mentira a los 7 años”, inicia así Mentiralandia, de Etgar Keret, donde narra la historia de un niño que creció diciendo incontables mentiras. En la primera, fingió haber sido asaltado para quedarse con el dinero que su madre le había dado para comprar cigarrillos, se compró un helado y escondió el cambio debajo de una piedra en el traspatio. Siendo ya un adulto, por azares de la ficción, su madre muerta le pide un chicle y le dice que lo compre con el dinero que está debajo de la piedra. Robi Elgrabli inicia una travesía donde se le van apareciendo personajes de las mentiras que ha dicho en su vida.

“Soy tu primera mentira”, le dice el chico pelirrojo que supuestamente lo había asaltado. Está el perro que había atropellado en otra mentira, un anciano manco que era mentira de otra persona, todos estaban ahí, mentiras que regresaban a su vida, como la piedra lanzada al aire que avanza sin obstáculo, hasta llegar a un punto decisivo donde ha perdido aceleración y comienza el descenso. Cada personaje espetaba a Robi: “soy tu mentira”.

Una sociedad donde mentir es fácil (por la altísima impunidad) alienta la corrupción. La única forma de hacer que alguien no sea corrupto es que no quiera serlo. De ahí la importancia de recuperar la ética en la educación y practicarla en todo ámbito.

Siguiendo la analogía del escritor israelí, un comprador de vías de tren ligero será encarado por huérfanos: “Compraste material no apto, pero te dieron moche, y nuestros padres se voltearon en la curva. Somos tu corrupción”. Una cabeza sin ojos encarará al jefe de inteligencia y a un gobernador: “Sabías y no hiciste nada, soy tu corrupción”. Una mujer paralítica le dirá lo mismo al policía que solapó al auto en segunda fila. Un grupo de cadáveres y quemados le dirán al inspector que dio permiso para una gasolinera que nunca debió estar ahí: “somos tu corrupción”. El juez que recibió dinero para liberar al tratante de blancas, escuchará a mujeres en pena: “somos tu corrupción”. El maestro mal preparado que ocupó la plaza del que sí era capaz, será atormentado por adultos mediocres: “somos tu corrupción”, el presidente de un partido político que dio el espaldarazo a su compañero criminal, escuchará de osamentas anónimas: “somos tu corrupción”.

La mentira tiene memoria y cuenta regresiva. Hasta que no veamos la interconexión de hechos y sembremos conciencia para cosechar nuevas actitudes, viviremos persiguiendo (como el caballo a la zanahoria) la corrupción.

Soñé con una versión de Mentiralandia mexicana. Ahí, los indolentes que no se afectan por las consecuencias a terceros, escuchan a sus hijos, tristemente en desgracia, susurrar al oído, “papi, soy tu corrupción”.