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Hechos alternativos

En su primera intervención ante los medios de comunicación, el nuevo secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, causó polémica al declarar que la toma de protesta del nuevo Presidente había sido “la más grande audiencia que jamás atestiguó una inauguración, punto. Tanto en persona como alrededor del mundo”. Como el pez, que por la boca muere, Spicer se pintó solo y de paso refrendó el perfil autoritario de la nueva administración, con una palabra: “punto”, esa forma, ese tonito para decirnos “esto es incuestionable”. El personaje está cortado a imagen y semejanza de su jefe.

Lo que más polémica causó no fue la forma de hacer una declaración sino el fondo. Spicer fue tachado de mentiroso. La gran mayoría de los medios norteamericanos dieron cuenta de lo contrario a su dicho: mostraron imágenes de otras inauguraciones, particularmente la de Obama en 2009, donde se aprecia una audiencia mucho más grande que la del 20 de enero pasado.

Cuestionada no sólo la Secretaría de Prensa sino la nueva administración en general, la asesora de la Presidencia, Kellyanne Conway, defendió (es un decir) a su colega Spicer y dijo que no había mentido, sino que había dado “hechos alternativos”. Los medios, que ciertamente no traen el mejor ánimo con su nuevo mandatario, calificaron la declaración de “orwelliana”. Luego el propio Spicer se hundiría más cuando, en una entrevista a modo, por la cadena Fox, comparó los “hechos alternativos” con los pronósticos del clima, en los que, dijo, varias fuentes pueden tener diferentes versiones, sin necesariamente mentir.

Esto de los “hechos alternativos” tendría feliz a George Orwell, su obra 1984 se convirtió, estos días, en el libro más vendido en Amazon. La célebre novela distópica recrea una sociedad tecnológicamente avanzada en el futuro (fue publicada en 1949) en la que los individuos y la comunidad son controlados con el miedo que infunde un Estado totalitario. La intención del autor fue prevenir a las generaciones siguientes sobre los peligros de una situación como la que el mundo había sufrido con la Segunda Guerra Mundial, tiranías, exterminio, odio. Como corresponsal de guerra para la BBC, Orwell se dio cuenta de la manipulación mediática para controlar a las masas. No es casual que Winston Smith, personaje central en 1984, trabaje en el Ministerio de la Verdad, agencia gubernamental encargada de reescribir la historia a conveniencia del Estado, bajo la premisa de que quien controla el pasado, controla el futuro.

La memoria y la historia son temas centrales en 1984, también la corrupción del lenguaje. El Ministerio de la Verdad fabrica mentiras, el Ministerio de la Paz genera guerras, en tanto que el Ministerio del Amor está encargado de esparcir miedo. Cuando el lenguaje se corrompe, le sucede el pensamiento. Una de las misiones de Newspeak, herramienta de acondicionamiento y control social, es destruir palabras clave para reducir el rango de razonamiento de la gente y así evitar los “crímenes de pensamiento” que derivan en acciones indeseables para el Estado autoritario.

Para muchos, la evocación de esta superpotencia orwelliana, Oceanía, es la referencia más cercana al nuevo estilo de gobernar en Estados Unidos. Día tras día quienes hacen el nuevo Estado se encargan de recordar ese tremendo mundo donde la libertad de expresión no existe y las percepciones se fabrican. Steve Bannon, jefe de estrategas del mandamás gringo, acaba de decir “los medios deberían tener la boca cerrada y nada más escuchar por un rato”. El mismo presidente número 45 de EU, tachado de mentiroso, parece vivir en una realidad alternativa.

El legado de Orwell es que no debemos olvidar. El periodista Mike Dice entrevistó a unos 20 norteamericanos, principalmente jóvenes, y les pregunta: ¿qué pasó en 1984?, ¿qué piensas de George Orwell?, ¿qué significa orwelliano?, las respuestas contundentemente muestran que (salvo una persona) la gente no sabe nada. ¿Cómo repudiar algo, antes de que suceda, que no se vivió pero tampoco se conoce o se recuerda? Recordar el pasado es la forma de construir futuro.

Ante el panorama orwelliano actual estamos llamados a recordar el pasado para las nuevas generaciones y, como Winston Smith, dar la gran batalla: permanecer humanos ante lo inhumano.