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Viaje al cetro del dogma

El autor de El fantasma de la ópera, Gaston Leroux, ha sido fatalmente desmentido. Refiriéndose a su ciudad natal, sentenció: “¡Se suele olvidar tan rápido en París!”. Los bárbaros atentados terroristas del pasado viernes en la capital francesa no sólo golpean el ánimo parisino, el europeo, sino el de todos quienes aspiramos a vivir con paz y armonía.

Era una noche más, en un fin de semana más, en la Ciudad Luz. Quizá muchos de los que ahora son víctimas fatales departían en ese París cortazariano: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, y lo que encontraron, tristemente, fue la brutalidad del dogma convertido en ráfagas, proyectiles de odio, intolerancia y autoritarismo, el rechazo a la música que da alegría, a la convivencia y al brindis entre amigos, a las risas entre copa y copa, al rostro descubierto de una mujer hermosa, a la admiración de unos músicos con talento, a la vida que por diferente a las creencias de unos, debe acabar en un batido de sangre.

Nunca más actuales las lúcidas palabras de David Konzevik, “por las ideas se discute, por los dogmas se mata”, y ciertamente, la que debe ser la noche más triste de París confirma al argentino, los dogmas están ganando la batalla a las ideas. Aquí reside el verdadero peligro de esta guerra, el territorio no es sólo geográfico, es mental. La vulnerabilidad de Europa es la vulnerabilidad humana; seleccionar las armas de esta batalla es crucial. El enemigo es complejo y requiere una comprensión profunda, no tanto en su contenido ideológico sino en sus componentes estructurales: ¿de qué se hace un dogma?, ¿cuál es su patrón de regularidades?

Los gobiernos deberían encauzar esfuerzos para que expertos en procesos cognitivos entiendan la composición dogmática y luego preparen antídotos que inhiban el desarrollo de creencias que potencialmente se convierten en dogmas. Los trabajos de Milton Rokeach nos dan varias pistas. Define al dogma como dos sistemas perceptuales (uno de creencias, otro de incredulidades) sobre la realidad, organizados alrededor de una autoridad absoluta que provee un marco de referencia de conducta intolerante hacia otros.

¿Cómo percibimos la realidad? es una pregunta fundamental para entender al dogmático, por ello pienso que el dogma es una programación mental, como tal puede ser desprogramada. Hay dos sistemas de creencias en oposición, de ahí los antagonismos estereotipados, liberales contra conservadores, fascistas contra comunistas, fieles contra infieles, y así. La realidad objetiva es traducida en términos de verdadero o falso. Dos grandes componentes del dogma, para Rokeach, son el autoritarismo y la intolerancia. El primero implica tres elementos. La polarización respecto a los líderes, mientras los de uno son glorificados, los otros son odiados. Una causa, aquello que justifica cualquier acción, por ejemplo morir es mejor que ser derrotado (aquí reside una explicación de la frase de Konzevik). Y finalmente, la élite, aquellos a quienes se admira y que representan la causa.

Por supuesto, hay mucho mayor profundidad para entender la estructura cognitiva de un dogma, el punto es que fragmentando sus componentes podrían encontrarse respuestas efectivas para evitar que las creencias pierdan la batalla contra los dogmas. Sin duda en la educación temprana está mucho de la programación de las futuras generaciones, pero saber qué contenidos y forma usar debería responderse entendiendo, como se hace con los virus, la estructura de un dogma.

Decir que Cortázar habitó París es discutible. La ciudad de lugares inquietantes, la ciudad mítica, lo habitó a él. Para el autor de Rayuela, caminar de noche en París era entrar en un estado ambulatorio donde dejaba de pertenecer al mundo ordinario. Ese mundo, nuestro mundo, ha sido vulnerado. Y aunque Francia acumula más de 30 atentados desde el 2012, el de este viernes será el más recordado.

Si viviera Leroux diría que porque se suele olvidar tan rápido en París, lo del viernes pasado no será olvidado. Y tendría razón.