Pronto dejaremos de tomar decisiones estúpidas. Cada vez más personas acuden al juicio de un gran cerebro colectivo. La tecnología está haciendo posible que la inteligencia acumulada se imponga a la individual; lo fascinante es que su gran impacto en nuestra vida no es necesariamente por el aspecto tecnológico, sino por el aspecto social. Las plataformas tecnológicas son valiosas en función de la capacidad que tengan para cohesionar los intereses en beneficio de la tribu, en la medida que sean capaces de crear una sociedad aumentada.
En Los pilares de la pansofía, encuentro un brevísimo texto, “El espejo de la diosa”, donde se relata que cierto día, a la diosa Venus se le cayó su espejo de las manos; los fragmentos fueron recogidos por sus ninfas, cada una un pedazo. Con el tiempo y ya en diferente lugar del mundo, cada ninfa se ufanaba de poseer el espejo de la diosa. Un sabio que había interactuado con varias de las ninfas quedó intrigado con la posibilidad de que Venus tuviera tantos espejos. Interrogando a una de ellas comprendió que había nada más un espejo e hizo ver a la ninfa que en realidad no tenía el espejo de la diosa sino un fragmento de éste, y así sus demás compañeras.
Llévese la simpleza de la anécdota a una herramienta como Waze, que hoy en día, a través del teléfono móvil, es consulta obligada por miles de automovilistas que no sólo se enteran cómo están las condiciones de tráfico en la ciudad, también obtienen la recomendación de cuál es la mejor ruta para llegar a su destino. La plataforma se alimenta de esa inteligencia individual de muchos automovilistas que van creando una inteligencia colectiva. Gracias a Waze muchos hemos descubierto rutas inéditas en las ciudades. Nuestro pedazo de espejo se hizo el espejo.
El físico Norman Johnson construyó un modelo teórico a partir de un laberinto que tenía varias rutas de salida. Introdujo varios agentes individuales que empezaron a buscar su propia ruta de salida. Luego reintrodujo estos agentes pero permitiéndoles consultar la información de la primera vez. El resultado fue que cada vez se pudo salir del laberinto en menor tiempo hasta llegar a la solución óptima, producto de la inteligencia colectiva.
Esto me lleva a otras posibilidades. Hay ciertos sistemas donde las decisiones son mediocres, el principio de la inteligencia colectiva potencialmente mejora esas decisiones. Pensemos por ejemplo en nuestro sistema democrático. Actualmente es una acumulación de decisiones (los votos), pero no de inteligencia. Si concedemos que el voto de un individuo que toma una mala decisión vale lo mismo que el que toma una buena decisión, el sistema que apila voluntades potencialmente sabotea al grupo. Si hubiera una forma de tener decisiones democráticas en función de la inteligencia colectiva, tendríamos un sistema político perfeccionado que permitiría escoger sólo a los más aptos para un cargo.
Los modelos de inteligencia colectiva que he puesto como ejemplos implican el reconocimiento de que las mejores decisiones se hacen acumulando las decisiones acertadas de los individuos (meritocracia), no sólo sus decisiones (populismo). Si Waze te ofreciera rutas en función de las más votadas, donde hubiera votantes que ni siquiera saben manejar o conocen la ciudad, difícilmente confiarías en una ruta por popular. Difícilmente arriesgarías tu destino a la estupidez colectiva. Es curioso cómo aceptamos en un sistema democrático la decisión colectiva aunque no sea la mejor decisión para el grupo.
Las candidaturas ciudadanas deberán unirse en una plataforma para que sumen fuerzas y la inteligencia colectiva seleccione un gran candidato ciudadano en el 2018. Esta plataforma deberá tener, como dice Surowiecki en La sabiduría de las multitudes, cuatro condiciones (evalúense con Waze): diversidad de opinión, independencia, conocimiento local y un mecanismo de agregación para que sea cada vez más inteligente.
La integración ciudadana pronto juntará los fragmentos de espejos. Cuando los una, se leerá con orgullo: México.