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Recuperarnos

¿Tenía ante mí a un degollador en potencia? La pregunta me inquietó como un intruso en la noche. Me sentí paranoico en la sala de espera médica viendo al niño de 5 años, larga espada de plástico en mano, tumbar de la mesa, una y otra vez, a su pequeño Buzz Lightyear. En la televisión se daba cuenta de la crónica de sangre, el resumen noticioso de México. Y ahí, el pequeño gladiador llenando sus oídos y sus ojos de fosas clandestinas, desaparecidos, nuevas ejecuciones, de políticos coludidos. Si además un virus mortal nos amenaza, yo también hubiera salido de casa con un sable.

Me temo que nos estamos perdiendo. Peor aún, estamos perdiendo a las generaciones del futuro inundando el espacio con notas trágicas que cada vez más saben a normalidad y menos a excepción. Urge una profunda reflexión para crear un balance, no para esconder la realidad sino para difundir las buenas acciones, los actos heroicos de hoy, decisiones que parecen no tener cabida ante la barbarie, pero que son un soplo de esperanza para volvernos a encontrar con el México de paz.

Hace poco caminé por el centro histórico de Querétaro, ciudad que me sabe a jamoncillo de leche y a árbol genealógico. Mis antepasados maternos caminaron las mismas calles cuyos nombres antiguos aún pueden leerse. Era domingo en la noche y yo esperaba escuchar el grito que necesita el país: “¡Las siete, y todo sereno!”. Y en cierta forma lo escuché en el Jardín Zenea. Al compás de una orquesta que desde el quiosco sonaba estupendamente, decenas de parejas bailaban danzón mientras una gran concurrencia miraba, embelesada, apaciguada, siguiendo la cadencia imposible de pisar mil veces una misma loseta.

Éste es el México que necesitamos, pensé. Y me acordé de mi amigo Agustín y de su iniciativa “Hoy di algo bueno de México”, en la que propone que nos rescatemos a través de cambiar el lenguaje de todos los días, reconocer nuestros valores en expresiones sencillas y positivas, frases que aluden a la cotidianidad y a esos momentos mágicos que van tejiendo lo que hace que valga la pena vivir. “Hoy di algo bueno de México: las piñatas” o “el pan dulce en la mesa” o “la SCJN frena los abusos de SKY” o “bailar danzón en una plaza” o “el policía que recuperó mi cartera”. Necesitamos voltear a ver al otro lado, saber que no todo es fango.

Esa misma noche, en la ciudad que se volvió noticia porque un narcotraficante se infiltró en la sociedad queretana, ya con el quiosco vacío y sin las notas de Canela en Rama, en el Jardín Zenea se veían andadores limpios, como si nada hubiere sucedido hace unas horas. Un ejército de mujeres afanadoras hacía nueva música con el arrastrar de sus escobas. Al comentar el tema con Raúl, mi amable anfitrión, me contó una historia de ésas que necesita nuestro ánimo.

Resulta que la ciudad de Querétaro ganó un premio mundial de ciudades limpias, “La escoba de platino” (nada mal para un país que es noticia mundial en “barbarie de platino”), presea que se entregó en Madrid hace unos meses. ¿Quién creen que viajó con gastos pagados y fue a recoger el premio? Para quienes pensaron “el presidente municipal o algún diputado”, lamento decepcionarlos. Viajaron, por orden de Roberto Loyola, presidente municipal de Querétaro, Martha Hernández y Ma. de Lourdes Rivas, barrenderas de la ciudad.

¿No podríamos decirle al pequeño gladiador que en este país no sólo hay escoria como el prófugo munícipe de Iguala, sino que también hay ejemplos como el del edil queretano y sus barrenderas? ¿No podríamos decirle que el “¡tan, ta, ta, tan!” no sólo es de metralletas de uso exclusivo del Ejército, sino de un rítmico analgésico llamado danzón? ¿No podríamos decirle que además de políticos que mandan matar, también hay de los que mandan recoger un premio a quienes realmente lo ganaron?

Estamos llamados a desenterrar la esperanza. Recuperarnos equivale a reencontrarnos, reconocer un nuevo heroísmo, difundir y exaltar lo positivo, avivar la resistencia que nos dará futuro. Si no, la espada de plástico será de metal un día.