En cierta ocasión mi papá me sentenció con severidad: “eres lo que lees”, no como forma de alentar el gusto por la lectura, que desde muy pequeño tuve gracias a él, sino a modo de reclamo ya que el tema que me ocupaba se apoderaba de mí. Durante mucho tiempo negué la posibilidad de ser un fanático en función de mis lecturas, hasta que la realidad se impuso de forma tan mexicana como sabrosa: un plato de chiles en nogada, una de las especialidades de mi mamá, que a mí nunca me gustaron hasta que leí Como agua para chocolate.
Fue en complicidad con Tita y Chencha, en ese pelar de nueces interminable, y en esas palabras donde Laura Esquivel recreó un receta que me fui comiendo con los ojos, que los chiles en nogada me gustaron, primero porque los leí y luego porque los probé. Desde entonces asumo los textos con la precaución de quien se sabe seducido por el contagio de las letras. Había olvidado este episodio hasta ahora que recibí de regalo navideño Gente así, del gran Vicente Leñero, un delicioso viaje entre realidad y ficción (¿acaso los planos narrativos de cualquier vida?).
En un cerrar del libro, una noticia me llamó: Francisco, el Papa, arremetió contra la Curia Romana. Decidí buscar el discurso del pontífice. Más allá de cualquier ideología, el mensaje me pareció relevante y lo hubiera considerado digno de mención así viniera de cualquier iglesia.
Entre realidad y ficción (muy lejos de la maestría de Gente así) tuve una ráfaga mental.
El jefe del Ejecutivo mexicano se acicaló el pelo, cuidadosamente engomado, bajó las hojas donde acababa de leer el mensaje papal y mirando a su interlocutor le dijo: “¿me sabe algo a mí y a mi gabinete, Santidad?”. El Papa, con ese acento tan cercano a Dios, apuntó: “contame, ¿por qué lo decís?”, y entonces Enrique, ajustando los términos litúrgicos por gubernamentales, leyó en voz alta pensando que hablaba en el brindis de fin de año frente a su gabinete:
“El gobierno está llamado a mejorarse. Estamos expuestos a enfermedades para enfrentar los próximos 4 años: El mal de sentirse inmortal. Un gobierno que no se autocritica es un cuerpo enfermo. No seremos inmortales, vayamos a los cementerios a ver a todos los que así se creyeron. No caigamos en la patología del poder. El mal de la petrificación, cuando se pierde la sensibilidad para llorar con los que lloran. El mal de la planificación excesiva y el funcionalismo. El mal de la falta de coordinación. La enfermedad del ‘Alzheimer de Estado’ (disminución progresiva de las facultades para ejercer el monopolio legítimo de la fuerza). El mal de la rivalidad y la vanagloria. El mal de la doble vida, fruto de la hipocresía de los corruptos. El mal de la cháchara, de la murmuración y del cotilleo. El mal de divinizar a los jefes. El mal de la indiferencia hacia los demás. El mal de la cara fúnebre. El mal de acumular. El mal de los círculos cerrados. Y el último: el mal de la ganancia mundana y del exhibicionismo.
“Comprenderá, su Santidad, que es imposible no sentirse aludido”, concluyó el mandatario mientras devolvía las hojas a un Papa que sonreía argentinamente. “Es para vos, Enrique”, dijo el sucesor de Pedro rompiendo, una vez más, el seco protocolo del Vaticano.
Me parece que las palabras de Francisco no sólo atañen a la Curia Romana, aplican a cualquier gobierno, grupo directivo, equipo de trabajo, familia, en fin, a cualquier interacción humana. Destaco su gran valor autocrítico.
A veces uno quisiera ser lo que lee, o mejor aún, lo que escribe, así podría operarse el destino a voluntad y capricho de las letras e ideas. Y podría uno tramar su propio éxito y circunstancia, y borrar los capítulos oscuros y reescribir algunos renglones con arrepentimiento genuino. En cierta forma todo esto es posible, ¿no acaso somos lo que hacemos?
Enfrento el fin de la página del 2014 con una duda inútil, pero existencial: ¿cuándo me empezó a gustar el bacalao y los romeritos? Lo pregunto en serio, lo pregunto frente a un librero que se obstina con un silencio cerrado.