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Prometeo encadenado

Por alguna razón que aún no descifro, me atraen las catedrales y las ruinas arqueológicas. También disfruto el poder de la arquitectura para crear espacios provocadores. En uno de esos lugares di mi conferencia “Se busca una pregunta”, que es lo menos importante de lo que narraré.

Nunca había entrado al Poliforum Cultural Siquerios, catedral del muralismo mexicano. En el marco de TEDx Del Valle, me sentí disminuido ante la imponente “Marcha de la humanidad en la tierra y hacia el cosmos”, el mural más grande del mundo, útero donde el hombre lucha por su liberación. Me sentí, proporción guardada, un Fulcanelli contemporáneo descifrando el alquímico misterio de las catedrales. El autor de Moradas Filosofales hubiera disfrutado el mensaje convertido en edificio.

De pronto bajé de la bóveda y sus metáforas, a la nublada realidad del mundo. En el escenario hablaba una mujer apasionada de su causa, valiente, pródiga en gestos y motivos. En su historia, los 18 minutos que por protocolo duran las conferencias, se hicieron un soplo, como esa sensación que tienes cuando va perdiendo tu equipo en tiempo de compensación. Rosi Orozco dio un elocuente y conmovedor testimonio del tremendo fenómeno que es la trata de personas en el mundo, pero particularmente en México.

Entre seres dolientes y rostros anónimos de un mural que cobraba súbita vigencia, la presidenta de Comisión Unidos Contra la Trata A.C. nos llevó por un árbol maldito. Bajo la tierra las raíces, la terrible radiografía social de un México profundo: deficiente nivel educativo, pobreza, desintegración familiar, impunidad, corrupción, adicciones, violencia, desempleo, inseguridad, raíces desde donde brota robusto el tronco de la trata, y luego, como jinetes del apocalipsis, sus ramificaciones: prostitución, enganchadores, extorsión, delincuencia organizada, secuestro, narcotráfico, narcomenudeo, zonas de tolerancia.

Puedo imaginar los frutos podridos de este árbol: madres solteras, esclavitud, padrotes, ministerios públicos comprados, jueces tolerantes, policías cómplices, matones a sueldo, zares de la droga, y más carroña, lastre social tan real como el eco de las palabras de Rosy en la bóveda donde Siqueiros maridó lucha y esperanza.

Me impactó el “¡muévete compadre!”, arenga cifrada que usan los padrotes cuando van de “cacería” a poblaciones marginadas en busca de carne para vender, mujeres vulnerables que desde muy jovencitas son sacadas de sus casas bajo el beneplácito de sus padres. Estos enganchadores, rufianes sin escrúpulos, simulan ser el príncipe azul que promete el firmamento a la doncella, y de paso a la familia. Llegan al cinismo, dice Rosi, de negarse a tomar una copa con el papá de la muchacha; detrás de la máscara del “no bebo”, hay una lacra de la peor calaña. Encima, se ufanan de lo fácil de la maniobra.

“¡Muévete compadre!” es el lenguaje codificado de quienes saben que México es territorio fértil, de quienes no temen al músculo social porque simplemente no lo ven. De ahí que el llamado de Rosi a unirnos contra este fenómeno adquiera una gran relevancia. El drama que plasmó Siqueiros entre pintura, arquitectura y escultura, de pronto se encarnó en la lucha de una mujer y las miles de víctimas de la trata, batalla que también debe ser nuestra.

Entre trazos violentos, figuras retorcidas, rostros de angustiosas muecas, bocas que gritan aunque no escuchemos, el artista pintó una marcha desde la desesperanza hasta un nuevo porvenir de progreso, paz y unión. Los 18 minutos de Rosi Orozco fueron de pronto esa voz doliente y angustiosa que sale desde miles de gargantas oscuras. Ella fue la voz de muchas, y juntas fueron esas manos enormes con las que el muralista mexicano remató los extremos del salón.

En el exterior del edificio, Siqueiros se retrató en forma de un Prometeo encadenado, tan prisionero como las víctimas de la trata y la conciencia de este país que aún espera el fuego liberador. Por primera vez me vi dentro de un mural. Mientras exista la trata, todos estamos encadenados.