Me hubiera encantado ver Cantinflas en compañía de Joseph Campbell, el erudito, mitólogo, profesor de época, escritor, estudioso de símbolos universales y de religión comparada; un hombre que vio la vida como aventura, el tipo que -según refiere Bill Moyers- dijo “al diablo con todo eso” a su tutor universitario cuando le aconsejó seguir un programa académico. Campbell renunció así a su doctorado y prefirió retirarse a leer de antropología, biología, filosofía, arte, historia y religión.
En una escena memorable de la película, Cantinflas responde a Shilinsky, luego de que éste reventara en el ensayo por la locuacidad de aquél: “Tú memorizas los textos, y yo no, yo improviso y tú no…”; la capacidad de Mario Moreno de “mandar todo al diablo” para seguir su intuición, me recordó a Steve Jobs que abandona la universidad y sin embargo sigue una preparación paralela, asiste a la cátedra de tipografía, formación estilística que años después germinaría en el diseño que pudo imprimir en Apple.
Ni Cantinflas, ni Campbell, ni Jobs son los únicos que se han ido “por la libre”, ese camino de formación alternativa. Hablé con Óscar Jaenada, el catalán que personifica magistralmente a Cantinflas y a Mario Moreno, un trabajo que refleja aquellas palabras del segundo: “ahí les dejo a Cantinflas para que lo interprete el mejor actor”. La profecía se cumplió. Dato curioso: Jaenada también dejó los estudios (más no dejó de aprender) para formarse actoralmente en el terreno de la vida.
Carente de preparación técnica, recurre a una enorme capacidad histriónica donde tuvo que ponerse dos personajes encima, el encriptado (¿cuál era su relación con Cantinflas?) Mario Moreno, y el personaje célebre. El actor asimiló perceptibles brincos pugilísticos, sutiles cabeceos, sonidos guturales, frases icónicas, pero sobre todo el acento. Sin saberlo, Jaenada se preparó desde hace muchos años para este papel; de joven llegó a Madrid y le decían “eres catalán”, se propuso borrar ese acento y tomar el madrileño, se hizo de una asombrosa capacidad de meterse en otra cultura.
En la música, particularmente en el Jazz, la improvisación viene de forma natural. La posibilidad de la creación espontánea, ese chispazo de genialidad, estuvo presente en Bach, Mozart, Beethoven, Mendelssohn, Chopin. Ése es el dilema, la lucha entre ceñirse a una partitura o tocar una nota inexistente en el papel, pero que nace para el oído. Las universidades deberían tener una cátedra de improvisación.
En Ahí está el detalle, Monsiváis dice que Cantinflas es el representante mágico del relajo. ¿No acaso la improvisación es la esencia del relajo?, el triunfo de Cantinflas es el triunfo de la improvisación sobre el guión. El filósofo mexicano Jorge Portilla, tratando de definir el carácter del mexicano, llega a la conclusión que “la significación o sentido del relajo es suspender la seriedad” y que no se puede entender la cultura en México sin entender el relajo. De ahí que Cantinflas tenga mucho de mexicano y los mexicanos mucho de Cantinflas.
Volviendo a Campbell, disfrutaba La Guerra de las Galaxias, particularmente la escena donde Luke Skywalker, usa la “fuerza”, deja a un lado la tecnología, conecta con su intuición e improvisa, decía que era un nuevo impulso al mito del héroe. Cuando le preguntaron a qué se refería, dijo “A lo que ya Goethe dijo en el Fausto, y que (George) Lucas ha plasmado en un lenguaje moderno: la advertencia de que la tecnología no nos salvará. Nuestras computadoras, nuestras herramientas, nuestras máquinas no son suficientes. Hemos de apoyarnos en nuestra intuición, en nuestro ser más genuino”.
Improvisar no es la respuesta espontánea ante la falta de preparación, es (parafraseando a Carlos Fuentes sobre el desembarco de Colón en América) el triunfo de la hipótesis sobre los hechos, el improvisador ve un camino paralelo, dudoso y subversivo para muchos, en el que conecta con su intuición y va solo, por la libre, esa senda donde termina el loco y nace el genio.