La nuestra parece una realidad sacudida. Como dice con sapiencia David Konzevik, estamos en la crisis de un mundo que no acaba de morir y otro que no acaba de nacer. Juan José Arreola lo dibujó con trazos incendiados (al fin coterráneo de José Clemente Orozco) en su Parturient montes: “En medio de terremotos y explosiones, con grandiosas señales de dolor, desarraigando los árboles y desgajando las rocas, se aproxima un gigante advenimiento. ¿Va a nacer un volcán? ¿Un río de fuego? ¿Se alzará en el horizonte una nueva y sumergida estrella? Señoras y señores: ¡Las montañas están de parto!”.
Hijos del viejo mundo, los taxistas escarmientan la amenaza latente del monstruo: Uber, el servicio de contratación de auto con chofer bajo una plataforma digital, colisiona la herrumbrosa estructura corporativa de los taxis. La criatura del nuevo mundo representa una mejor propuesta de valor para los clientes, no sólo es más barata, sus estándares de calidad y servicio son muy superiores. Este servicio de un chofer con auto ha alterado el instinto de sobrevivencia de los monopolios ineficientes y corruptos, de ahí que los afectados se han quejado ya con una burocracia cómplice y complaciente que, lejos de buscar el beneficio de los ciudadanos, busca la forma de coartar la competencia.
Seres de un mundo que se extingue (así decía el narrador en la introducción de la serie de TV de los sesenta The Invaders), los burócratas se prestan a regular la amenaza del invasor que daña las viejas prebendas y que llegó para cambiar las reglas del juego: autos limpios, algunos de lujo, choferes selectos (de hecho hay déficit, sólo el 8% de los aspirantes cubre los requisitos), reglas claras, tarifas justas, recibos inmediatos, información transparente, agua de cortesía, seguridad, pago con tarjeta, posibilidad de calificar el servicio.
Usar Uber es como contratar un chofer con auto para tu casa o empresa, pactas con él un precio de la misma forma que contratarías un asistente. Seleccionas al que te parece más apto y conveniente. Los gremios de taxistas y la burocracia que los apoya argumentan que debes contratar solamente al chofer y auto que ellos estipulen, bajo las condiciones y precios que ellos establezcan, aunque sean malos, caros y hasta tramposos. Al regular la nueva oferta se pretende emparejar la competencia, limitar los beneficios para igualar la propuesta de valor, pero a la baja, en vez de a la alza.
Aunque Uber ha sido visto como amenaza en otros países, en México ha encontrado tierra fértil, recordemos que a varios grupos de poder la meritocracia les viene mal, la competencia es un pecado que atenta contra sus derechos y les aumenta las obligaciones. Los maestros que se oponen a ser calificados también son parte del mundo jurásico que persigue proteger a los mediocres y arrastrar sus privilegios.
Las sociedades que progresan aceptan el reto de la meritocracia. Como las especies de Darwin, sobreviven las más aptas para adaptarse al cambio. Recientemente estuve en Napa Valley, la boyante zona vinícola de California. En 1976 se realizó una competencia en París entre los mejores vinos de Napa (entonces desconocida al mundo) y los de Francia. Durante la prueba ciega, los jueces (todos franceses) se llevaron la sorpresa de su vida: el vino ganador fue Chateau Montelena ¡de California! (ver película Bottle Shock). No hubo un grupo de sindicatos franceses boicoteando los vinos del nuevo mundo, el ganador los bajó de su arrogancia y los motivó para mejorar aún más sus estupendos vinos.
Esto explica por qué las candidaturas independientes son amenazantes para la partidocracia. De la misma forma que el taxista y su patrón (generalmente un explotador avaro, dueño de decenas de autos) resienten que ya no los contraten, muchos políticos temen alejarse de la ubre presupuestal. Ambos cometen el error de creer que el mundo opera con las viejas leyes. Se cumple la profecía del vate de Zapotlán el Grande, ha nacido un nuevo territorio; aunque algunos siguen con el mismo mapa.