Un pequeño lugar del planeta confirma la tesis del historiador israelí Yuval Noah Harari: el dominio de los sapiens sobre el mundo se debe a la capacidad de cooperar de maneras muy flexibles con los extraños. Se trata de un poblado con algo más de diez mil habitantes pero con una población adicional que la supera en número; se estima que hay más de veinticinco mil “extraños”, seres que no son una amenaza sino un recurso. Este lugar, donde la migración es bienvenida, es quizá el mejor ejemplo de convivencia entre las tres naciones que forman el TLCAN.
Ajijic, una de las muchas poblaciones en la ribera del lago de Chapala, ve caminar por sus estrechas calles de piedra a mexicanos, gringos y canadienses. Los nuestros, además de sus formas tradicionales de ganarse la vida, han desarrollado diversos negocios para satisfacer la demanda de los extranjeros, básicamente adultos mayores retirados, que han encontrado en el pueblo grandes ventajas sobre sus países de origen: un más bajo costo de vida, un envidiable clima y bardas coloridas que funcionan mejor que los antidepresivos y los ansiolíticos.
Tal vez lo que sucede en Ajijic es único. Aunque en EU hay muchas ciudades con gran cantidad de mexicanos, no se da ni el nivel de integración cultural ni la presencia de las tres nacionalidades. Sería iluso pensar en Ajijic como modelo de convivencia para toda Norteamérica; aquí no hay una competencia por recursos, existe un complemento entre locales y migrantes. No conozco a fondo los cajones de esa convivencia, seguramente tienen sus problemillas, pero está claro que entre todos han construido una relación armónica y estable, plagada de momentos cotidianos donde unos intentan hablar inglés y otros español, y la sonrisa los une; también ciertas ficciones y realidades.
Para Harari, “cualquier cooperación humana a gran escala (ya sea un Estado moderno, una iglesia medieval, una ciudad antigua o una tribu arcaica) está establecida sobre mitos comunes que sólo existen en la imaginación colectiva de la gente”. Estos mitos son necesarios porque a través de ellos fluye la narrativa que cohesiona motivos y crea identidad. También es fuente de esperanza. Las sociedades que logran un buen balance entre mitología y la realidad son más estables. En Ajijic compruebo que una buena realidad requiere una buena ficción.
Por obra de la casualidad, que nunca es infrecuente por las noches en las callejuelas de los pueblos, a mi esposa y a mí nos sedujeron las notas de un jazz de gran manufactura. Entramos a una casona. Flanqueado por un árbol de mango y varios metates viejos, un patio era el escenario para que un terceto de jóvenes mexicanos deleitara a locales y extranjeros. Entre velas y penumbras, mi curiosidad (elevada a la potencia de mi esposa) me llevó a conocer a Dionicio Morales, dueño de la finca, pintor y autor del libro Santos Rico, Ánimas de Axixic. Este hombre, orgullosamente ajijiguense y de raíces indígenas, acepta de buena gana a los migrantes; “trajeron una galería con pintura y escultura hace muchos años, luego formaron un grupo de jazz…”, nos cuenta de los orígenes de lo que ahora es un pueblito mexicano con sofisticación artística y culinaria, el mayor destino de retirados extranjeros en todo México.
Pero quizá lo más interesante vino cuando le preguntamos por Santos Rico. Nos habló de un hombre leyenda en la zona, también de una presencia fantasmal. Su libro, que leí por la noche, es la tradición oral que sigue manteniendo vivas las ánimas. Se trata de un viejecillo vivaz que se aparece por los parajes serranos a los caminantes. Con diálogos y expresiones que me recordaron a Rulfo, el tal Santos Rico consigue que los viajeros le lleven a cuestas, con la promesa de que les dirá dónde esconde su oro, una fortuna que generosamente heredará en vida como pago por el favor de “cancharlo”. Como en muchas historias mitológicas, la búsqueda del oro mueve al ser humano.
Ignoro cuántos migrantes gringos y canadienses sepan la historia detrás de un lugar mágico que vende sopes de plátano mientras escuchas jazz de alto nivel, lo que sí creo es que ellos ya han encontrado el tesoro. Ajijic es ejemplo de cooperación étnica y migración exitosa.
Dicen que el tal Santos Rico sigue apareciéndose por ahí…