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La dimensión oculta

A veces lo que leemos se nos manifiesta. En los jardines de Xcanatún, hacienda henequenera del siglo XVIII, en Mérida, tuve razones para creer en una frase del libro La dimensión oculta, de Edward Hall: “el territorio es una extensión del organismo”. Entre enormes ceibas, palmas, croar de ranas, estanques con lirios y exuberantes trinos de aves, el camino empedrado conduce a una bifurcación donde nada pasa para el ojo común. Uno tiene que decidir si avanza por la derecha o por la izquierda; en medio, un árbol chaká y la vegetación impiden seguir de frente.

A la diestra, el camino se prolonga sin cambios, pero a la izquierda hay una puerta imaginaria, una oquedad rectangular, vestigio de un muro, que uno puede atravesar caminando. Ambas rutas conducen al mismo sitio, la vereda vuelve a unirse metros adelante, ¿cuál camino tomarías? Saqué una fotografía de la disyuntiva y decidí caminar por la izquierda. Luego, mostrando la imagen, pregunté a varias personas; contundentemente decidían atravesar la puerta imaginaria.

Como lo demostró Hall en sus estudios antropológicos del uso del territorio, el espacio y el hombre se moldean mutuamente, se influyen. Esto es un tema mayúsculo en términos de calidad de vida, hoy las grandes ciudades son espacios de grandes dolores y penurias. El hombre se ha preocupado muy poco por normar científicamente las características de su espacio, dejando que sea el crecimiento caótico lo que dicte el tipo de ciudad que habita. En otras palabras, al crear un espacio caótico, el hombre determina qué tipo de organismo será, qué tipo de convivencia tendrá.

Ahora que estamos en medio del bombardeo mediático de cientos de campañas políticas, veo que los mensajes apuntan a la administración de los problemas y, si acaso, a la búsqueda de sus soluciones. Pero en esta vorágine donde el tema es ganar elecciones para consolidar intereses de partido, no veo intención alguna de crear mejores ciudades para vivir. Los periodos de gobierno son tan cortos (eg. el de presidente municipal) que impiden planificar espacios públicos o dar continuidad a los planes de desarrollo. Si a eso sumamos que la mayoría de los políticos no ven esa dimensión oculta, el panorama no es alentador para la vida urbana.

Una notable excepción es lo que está sucediendo en Procdmx, la Agencia de Promoción, Inversión y Desarrollo para la Ciudad de México (aclaro conflicto de interés, soy parte de su Consejo Consultivo Ciudadano), donde se ha logrado conjuntar una visión de múltiples especialistas para regenerar ciertas zonas urbanas, aprovechando su vocación natural, tomando en cuenta los intereses del ciudadano y logrando la participación de la academia y el sector privado. Me parece notable que haya obra urbana que no sólo traerá beneficios científicamente probados a los habitantes, sino que será a través de procesos de licitación transparentes (¡sin contratistas favoritos!) y sin que le cueste a la ciudad.

Particularmente me entusiasma el Corredor Cultural Chapultepec que transformará la avenida que llega hasta este icónico bosque. No me cabe la menor duda que una vez concretado lo que se proyecta, será un punto de interés nacional e internacional, de la misma forma que hoy sucede con el High Line en Nueva York, que pasó de ser una zona deprimida, abandonada a la malvivencia, a ser un espacio vital que revalorizó la propiedad y el sentido de pertenencia. El ordenamiento del espacio (del organismo, diría Hall) genera mejores condiciones de vida, potencializa la capacidad de la zona e invita a vivir y trabajar ahí, crea una densificación inteligente, habitable, disfrutable, y no zonas de tránsito que por las noches se abandonan como ciudades fantasma.

Nuestras ciudades caóticas tienden a ser masculinas, agresivas, con poco espacio verde y mucho concreto. Xcanatún es un espacio femenino. Ahí, la naturaleza es como un gran útero que abraza y cobija, un sitio para comprobar lo que saben los urbanistas y quienes estudian la proxémica, el espacio moldea la conducta.