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¡Gatos fluorescentes!

La historia de las soluciones descabelladas es muy parecida a la de los inventos notables, ambas parecen tener un corolario definitivo: lo ridículo precede a lo genial. Entre estos dos adjetivos han muerto sin nacer grandes ideas, sepultadas bajo carcajadas de la crítica o aplastadas por la autocensura de su creador. Cuando se fracasa en la búsqueda de una respuesta a un problema con las herramientas de siempre, es como buscar obstinadamente un objeto perdido en el mismo lugar, nada más porque ahí hay más luz.

Solucionar problemas es un ejercicio de innovación. Un filósofo francés y un semiólogo italiano sugirieron una respuesta tan inédita como fantástica, digna del realismo mágico de Gabo o de la ciencia ficción de Asimov. En 1981 el Departamento de Energía de Estados Unidos buscaba resolver la forma en cómo debería alertarse a las futuras generaciones sobre presencia de material radioactivo, enterrado en desiertos a cientos de metros de profundidad. El tema era mucho más que pensar en señales de advertencia, ¿de qué material para que duren miles de años?, ¿en qué idioma para que lo entendieran en el futuro?

Françoise Bastide y Paolo Fabbri replantearon la pregunta: ¿qué símbolo puede perdurar y ser entendido por las generaciones del futuro?

Paréntesis para subrayar el uso estratégico de la semiótica. En los negocios es la marca la depositaria de los significados que el empresario quiere comunicar y trascender de modo que le produzcan determinados resultados, en buena medida una batalla comercial es “nuestros significados contra los significados de la competencia”. En la política, el uso efectivo de símbolos provoca que los mensajes se entiendan y trasciendan (recordemos a Fox pateando un ataúd con las siglas del PRI, o el símbolo del programa social Solidaridad de Carlos Salinas que, hecho de piedra, subsiste en varias carreteras del país, sin duda un acierto simbólico).

Estos dos pensadores (no me refiero a los políticos aludidos) encontraron la forma de que el mensaje de alarma viaje en el tiempo. Sugirieron usar gatos genéticamente tratados para que, ante la presencia de material radiactivo, brillaran y su cambio de color alertara a los humanos del futuro. Algo similar a los canarios en las minas. El gato (¿y sus 9 vidas?) funcionaría como un símbolo biológico que al reproducirse garantiza la sobrevivencia del mensaje. Los egipcios ya lo usaban. Pero, ¿gatos fluorescentes? Suena irrisorio, como estas invenciones ridiculizadas por expertos antes de ser realidad: compras en internet, el foco, la computadora personal, el automóvil, el viaje a la luna, el teléfono, la televisión, el avión, los post-it, la transmisión de datos, y más.

Para sembrar el significado de que gato fluorescente significa peligro, recomendaron desarrollar una mitología (una narrativa) de modo que la cultura pudiera asimilarlo. Música, símbolos secundarios, arte, historias, objetos, rituales, mitos fundacionales, lugares de culto (advertencia: no se intente en casa, cualquier parecido con lo que se hace para forjar una religión es mera coincidencia).

La absurda idea no prosperó, bueno, no todavía. Un biólogo veinteañero de Canadá, Kevin Chen, cofundador de un laboratorio donde se hace investigación biomédica, tiene la consigna de hacerlo realidad. Está trabajando con bacterias y genes que cambian de color (como las de una medusa). No es remoto que nuestros descendientes salven la vida gracias a gatos fluorescentes.

La semiótica tiene respuestas para la vida, desde la cotidiana vialidad hasta las artes visuales, la arquitectura y claro, la literatura. Pensar en flores y mariposas amarillas evoca el universo simbólico de Cien años de soledad. Las primeras llovieron toda una noche y tapizaron las calles de Macondo cuando muere José Arcadio Buendía, las segundas anunciaban la presencia de Mauricio Babilonia. Cuando murió García Márquez hubo diversas manifestaciones con estos símbolos.

Replantear la pregunta a un problema encierra la posible solución. Pensar en símbolos y significados todavía no es materia de un consejo de administración ni de una junta cumbre de políticos. Pero no se olvide: la historia muestra que muchas veces lo ridículo precede a lo genial.