Fauna nociva para el Estado de derecho y la incipiente democracia mexicana, el caso del partido del tucán es una oportunidad para enderezar un poco el país. Difiero con quienes sostienen que debe ser el voto ciudadano lo que ratifique o rectifique el registro de ese emblema contemporáneo de las mañas políticas llamado Partido Verde. Difiero de voces calificadas que argumentan que no debe prosperar la petición de sanción que miles de firmas solicitan a la autoridad en función de legislación correspondiente que, ateniéndonos a su letra, debería costarle el registro al partido que es todo menos ecologista (la Ley General de Partidos Políticos cita como una causal de pérdida de registro “Incumplir de manera grave y sistemática … obligaciones que le señala la normatividad electoral”).
Buena parte de la opinión pública coincide: el Partido Verde ha burlado flagrantemente la ley, entre otras cosas por tener indebidamente una campaña mediática que le ha redituado reconocimiento de marca y ha aumentado la intención del voto a su favor. Dejar que el Verde participe en la contienda es avalar una ventaja ganada tramposamente. Quienes esperan que sea el sufragio lo que defina la suerte del Verde no toman en cuenta que será en una contienda alterada por una acción ilegal.
En la física cuántica existe el efecto del observador: la sola contemplación del objeto observado lo modifica, un sistema al ser medido es afectado en su estado final. Dejar con registro al Partido Verde implica no aceptar que su estado actual ha sido modificado por sus acciones anteriores (de las cuales ahora saca provecho) y que sus acciones han influido en el estado del elector. Efectivamente los ciudadanos tenemos en nuestras manos el registro del Verde, pero esa decisión está alterada por una acción donde se ha transgredido la ley de forma grave y sistemática.
Esta paradoja de las cosas que afectan o no afectan podemos observarla, para entender mejor el fenómeno, en el futbol. Hace tiempo la FIFA modificó el reglamento relativo al fuera de lugar o posición adelantada (cuando un jugador saca provecho indebido, por estar en una posición ilegal; mismo caso del Partido Verde), incorporando el concepto de “posición pasiva” o jugador que “no interviene” en la jugada. Esto es una falacia pues todo jugador afecta lo que pasa en el campo (independientemente que toque el balón o no), su mera presencia ha influido en la colocación de los rivales, en la vista y la atención del portero contrario, en lo que el juez de línea debe o no debe ver. Nada más falso en el juego más popular del planeta como creer que un jugador no interviene. Quienes esperan que sólo el voto decida si el Partido Verde conserva su registro seguramente apoyan que hay que dejar que el jugador en fuera de lugar termine la jugada, finalmente, el portero podrá detener el disparo.
Muchos electores tendrán un juicio respecto del partido del tucán en función de los mensajes que recibieron con anterioridad a la elección. No considerar como falta grave y sistemática la campaña adelantada del Verde equivale a no aplicar la ley, circunstancia que lanza una señal gravísima en un país donde lo que hace falta, a gritos, es tan sencillo como aplicar la ley.
En el hipotético experimento concebido por el físico austriaco Schrödinger, un gato está dentro de una caja en la que hay veneno que puede ser activado o no por una partícula atómica. El animal tiene iguales posibilidades de morir o vivir. La acción del observador al abrir la caja influirá en el resultado. Bajo argumentos de la física cuántica, la física de las posibilidades, el gato está vivo y muerto al mismo tiempo, hasta que la caja se abra. Parecería que el tucán está así, hasta el día de la votación. El INE debería ser ese observador que abra la caja y detone la consecuencia de la ley.
Se dice que los gatos tienen siete vidas. La tibieza de la autoridad electoral y la complicidad del PRI (que ratifica su interés a favor de su interés y no del país) apuntalan la misma mortalidad para el tucán.