Muy probablemente lo mejor que ha dado el marketing en México es Roberto de la Parra, ¿por qué? porque es chef, y también es un centauro, combina la naturaleza animal colmada de instinto, y el juicio sabio de un hombre que se mueve por una cocina con la astucia de un gato bodeguero.
Su historia es como la de otros tantos que han debido pisar una ruta sólo para darse cuenta que hay otra más satisfactoria, a la cual no podrían haber llegado sin la primera. Roberto estudió mercadotecnia y realizó una exitosa carrera en una empresa multinacional en México. Elevarse hasta posiciones directivas le sirvió de atalaya para ver que su pasión no estaba en las salas de juntas donde ventas recrimina a distribución, producción al almacén, todos a operaciones, y los de sistemas llegan para dar con celo la clave del wifi. Como parte de sus retos corporativos, algún día pisó el terreno de la innovación en sabores y de ahí a las cocinas; abrió la puerta a otra dimensión.
Roberto ha descubierto la receta para que un director logre por fin armonizar a ventas con producción: los pone a picar cebolla mientras deben cuidar que los jitomates no se quemen. Su espacio de trabajo es como un hangar que llama Taller nación gastronómica, donde a través de la experiencia de cocinar y comer, recibe a grupos empresariales que celebran una junta de trabajo aderezada con hierbas aromáticas, sonidos de cucharas y sartenes, y la seducción visual de algún trozo de carne que promete unirse al fuego.
El resultado es una dinámica fuera de serie, donde las personas, desprovistas de su título en el organigrama, trabajan en equipo atendiendo las mejores prácticas de la industria restaurantera. Para que la comida sea un éxito, todos debieron alinear su visión, algunos rallando limones, otros marinando un atún o cocinando la sopa. Su taller es un gran teatro donde el público se vuelve actor y el actor se vuelve público.
Con toda intención, Roberto usa un espacio abierto sin paredes entre cocina y comedor para que la gente vea el esfuerzo de los demás. Si en el mundo corporativo marketing no ve lo que sufre ventas, o viceversa, aquí sí lo notan. Los visitantes experimentan una sesión altamente provocadora para los sentidos, también para la mente, tocarán temas de liderazgo, de planeación, trabajo en equipo, toma de decisiones y las formas de abordar crisis, lo urgente y lo importante.
Sin duda la formación de Roberto en el mundo del marketing, y su talento natural en la cocina, han creado un maridaje estupendo. Las empresas y sus directivos son fieles creyentes del “pensamiento fuera de la caja” y valoran empleados que tienen creatividad para innovar y solucionar problemas, sin embargo difícilmente provocan contextos y experiencias que promuevan estas capacidades; uno no puede ser creativo en la sala de juntas donde los números van mal, o en el escritorio de todos los días frente a la pared de todos los días.
En la intersección multidisciplinaria se esconden las nueva ideas, pero sin el contexto adecuado difícilmente saldrán. De ahí que un taller de cocina sea la antesala de una buena estrategia.
Por si el pensamiento divergente de Roberto no bastara, combina su pasión en los sartenes con otros metales: toca batería mientras cocina y cocina mientras toca batería. Es capaz de hablar de un ritmo para picar, y de música digestiva. Para romper esquemas, nada como pensar que hay un beat perfecto para masticar lechugas.
Roberto reúne características de aquellos que tumban barreras y promueven la creación: ha estado expuesto a diferentes culturas, aprende de varios temas y los mezcla, reta sus creencias, desarrolla múltiples perspectivas, y no tiene miedo a preguntar ¿qué tal si…?
Algo flota en el agua, pero sabe estupenda. “Tiene notas de estragón y coco”, dice Roberto. Más tarde confiesa que cree en la integración armónica para provocar experiencias memorables, por ello le habla a la materia prima, le pidió permiso a la langosta para quitarle el caparazón. Luego se sienta en la batería y llena el aire con percusiones. Mientras los demás ven un chef, yo veo a un ser híbrido y genial. El licenciado en mercadotecnia migró en caballo y el caballo en hombre.